Cultura

El espejo invertido

Husos y costumbres

El espejo no devuelve el rostro que ven los otros, pero con ese reflejo —familiar y torcido— nos construimos cada día.

Hace un par de años hablaba con una pintora estupenda que tuve la suerte de conocer, sobre nuestra imagen en el espejo. Por efecto de óptica, el espejo no nos muestra realmente como nos ven los demás, pues la imagen está invertida lateralmente. Así, cada día lavamos, peinamos y acicalamos un rostro que no es nuestro rostro “real”, es decir, el que los otros ven, e incluso dialogamos con él, le sonreímos o le reprochamos cosas de las que quizá no tiene culpa, pues incluso nuestros defectos están invertidos en el espejo.

Yo sé que el tema del espejo es muy amplio, por aquello del espejo negro de Tezcatlipoca o el escudo en el que Perseo vio indirectamente a la Medusa y la pudo matar, entre muchísimos más. Pero no quiero hablar de espejos ni de magias —aunque esta columna no es sino un abismarse en un espejo, como en las mitologías—, sino de esta leve distorsión que somos, este detalle particular de la inversión que hace que el espejo no nos devuelva una imagen fiel, en la medida en que no es la que perciben los demás. Es infiel a la realidad de la mirada ajena, si es que algo así existe, pero con ella nos construimos día a día, con esta pequeña divergencia. Estará mi inquietud más cercana a la de Narciso, aunque no siempre sintamos su fascinación por el reflejo (muchas veces es todo lo contrario, sobre todo a partir de cierta edad, y el espejo es escenario de negociaciones e intentos de restauración de otras imágenes anteriores, a veces venturosas, a veces muy poco afortunadas).

Y sin embargo, ese reflejo es nuestro yo más familiar, con el que nos vemos en la soledad más honesta, el que nos prepara para enfrentar al mundo que nos ve de otra manera. Quizá es saludable hasta cierto punto pensarlo así: uno se revisa, se arregla, se prepara, pero como en todo, hay algo que se nos escapa, algo que nunca podremos controlar en los sucesos de cada día; la vida cambia y las personas y objetos que la pueblan también, de modo que una situación determinada se puede invertir completamente de un momento a otro, como en el espejo. Eso a menos que seamos maniáticos y nos arreglemos con espejos dobles o con la cámara del celular, cuyo lente tampoco se ajustará a esa visión exterior que ¿existe?

Las fotografías siempre muestran a otro; salí bien, salí mal, nos decimos, pero hay algo en lo que no terminamos de reconocernos, quizá porque no está presente aquel rostro cotidiano y nunca lo podrá estar. Adentro de nosotros hay una inversión, un punto de vista que cambia y adoptamos como el nuestro; quizá es más parecido al de Alicia, la de Lewis Carroll, cuando cruza el espejo y encuentra las cosas más vivas de lo que están en su mundo real.

AQ

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Ana García Bergua
  • Ana García Bergua
  • Autora de novela, cuento y crónica. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2013 por La bomba de San José y Premio Nacional de Narrativa Colima 2016 por La tormenta hindú. Recientemente publicó Leer en los aviones y Waikikí, junto con Alfredo Núñez Lanz.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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