Cultura

Las cicatrices de ‘Frankenstein’

Cine

La nueva cinta de Guillermo del Toro es una metáfora sobre el arte como redención de lo imperfecto.

En agosto, Venecia se volvió laboratorio bioeléctrico: se estrenó el Frankenstein de Guillermo del Toro. Primero, ese silencio de quien acaba de estremecerse ante una obra de arte. Luego estalló la euforia. Trece minutos de pie. Y del Toro se acomodaba las gafas, a punto de llorar. Abrazó a Jacob Elordi, el actor y a Oscar Isaac, el infame Victor Frankenstein.

Su película sigue la tradición de del Toro de producir cine político. Ahora bien, político, no significa una posición económica o geopolítica, sino más bien una antropología que posiciona al centro a un ser humano frente a las injusticias de la sociedad. “Me he preparado para esta película durante más de treinta años” confesó del Toro. Y una cosa curiosa. No lo dijo en una rueda de prensa ni frente a un periodista sino más bien cuando estaba mezclando sonido con el arte de un auténtico místico del cine. Como hacen Miyazaki o Wong Kar-wai: hacen arte audiovisual.

En otro momento, Del Toro ha mencionado la impresión que le causó el monstruo que encarnó Karloff en los años de 1930. “Ese fue mi camino de Damasco”, ha dicho: “el monstruo me personificaba. Yo podía ser imperfecto”. A esto me refiero con una declaración política. Democracia entendida como defensa de las minorías, de un muchacho con problemas para ver, obeso y que, sin embargo, se ha convertido en el artista del cine mexicano por excelencia. Por eso, su obra más que de terror, toca el tema de la identidad, de la fragilidad y la redención.

Todas estas ideas serían aire si del Toro no hubiese creado un andamiaje artístico al nivel del gran arte de producción: Dan Lausten hace de cada cuadro una pintura gótica. Su paleta se mueve entre los rojos furiosos y los azules translúcidos: vísceras y luz. La fragilidad del nacimiento del Prometeo que inventó Shelley. Jacob Elordi, el actor, pasó cada día diez horas en maquillaje. Del Toro insistía: quiero que su piel sea como un tejido imperfecto y vulnerable. La edición de Evan Schiff extiende el mito por más de dos horas. Respira en latidos largos. Y sí, hay quien aprecia esto como cadencia lírica, otros, encuentran en este ritmo un desequilibrio narrativo. Y Desplat, el músico no se regodea en una partitura de terror. Lo suyo es un réquiem lírico.

En fin, que el Frankenstein de Guillermo del Toro está más próximo a la producción de un cuento de hadas para adultos que a una pesadilla. Y en esto adquiere congruencia con el corpus del director quien toma distancia de una iconografía que ha sido imitada hasta el ridículo y produce a esta criatura frágil, traslúcida, de movimientos ambiguos y titubeantes.

Si hubiese que escoger una escena para resumirlo todo sería esta: relámpagos que no vienen del cielo sino de una máquina. El doctor Victor Frankenstein se inclina sobre un cuerpo abierto. El torso y la cabeza han sido ensamblados con puntadas burdas. Los hombres en bata murmuran: ¿qué es esto, ciencia o blasfemia? Furioso, el creador golpea el pecho de un cadáver. Cae entonces un silencio pausado. Al pie de la mesa, en penumbra, el monstruo mítico se ha puesto en pie. La criatura mira con ojos de recién nacido. No ruge, no extiende los brazos cual monstruo de feria. Murmura con voz quebrada y ahí, en la frontera entre el hombre y lo no humano, entre lo masculino y lo femenino, afirma: esta es mi historia.

En efecto, el maestro mexicano ha producido una visión política para narrarse a sí mismo: imperfecto y débil, pero curioso. Del Toro respira cine. Lleno de cicatrices que sólo se curan con arte.

¿Dónde se puede ver Frankenstein?

La película se estrena en cines seleccionados el 17 de octubre y se encuentra disponible en Netflix a partir del 7 de noviembre.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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