Situado a caballo entre dos libros, dentro de la serie que formula la obra de Silvia Eugenia Castillero, Atrios es, a diferencia del tejido unitario de éstos, una pieza híbrida tanto en la composición como en el estilo. Si En un laúd –la catedral (2011), la obra magna de Castillero, la nomenclatura de sus secciones aludía metonímicamente a las partes y también a los eventos de un templo, y En esa delgada separación (2018), la primera estación de un giro en la poética de la autora, el poema tren circula por los cauces significativamente llamados 'moradas', en Atrios hay tres apartados que más que tramar una propuesta de lectura se antojan independientes. Estaríamos entonces, más que ante un libro en el concepto de Stéphane Mallarmé, una metáfora cósmica, frente a un volumen que integra diferentes perspectivas tanto estilísticas como temáticas.
“Tramas”, el primer conjunto, retoma los ámbitos recientes y ya pretéritos de este universo, ese derrotero que comienza en Eloísa y se expande en el citado Laúd, con sus atmósferas oscuras, sus recintos subterráneos o enclaustrados. En contraste de los aires luminosos de aquellos, los cuadros presentes trasmiten una sensación opresiva. Predomina la oscuridad (“El sol haría hebras los cantos,/ pero no hay sol ni los gallos cantan”) y con ello se imbuye al cuerpo —y al poema— de un miedo innominado y difuso (“ese miedo encorvado en cada cuerpo”), que se disemina por el espacio poético hasta instaurar climas de desesperación al que los fenómenos naturales contribuyen significativamente. No sorprende entonces que las imágenes insistan en el polvo o en la amenaza, como lo corrobora la abundancia de alusiones a objetos punzocortantes o a las heridas; e incluso se registre la persistencia de la ira o la violencia. Sin embargo, el tono asordinado, distintivo del estilo de Silvia Eugenia, soslaya la condición iracunda y la constatación del fracaso en la búsqueda de trascendencia. Mientras que en los libros del ciclo previo predominaba una nostalgia de la trascendencia, en ésta, que al parecer fue una sección expurgada de una pieza anterior, se corrobora el desvanecimiento de la luz, el dominio de la oscuridad y en vez de una idea del ser se propone una imagen del devenir, con su conversión de la unidad en materia deleznable, a tal punto que la materia misma se degrada: “en las inmundicias está la catástrofe,/ el derrumbe inicia en su desfase,/ en el monstruoso engranaje de la materia”.
“Desmesura” emprende una faceta narrativa, latente en esta voz, que afluirá ya libremente en En esa delgada separación, la obra más reciente de Castillero. Este segundo conjunto comparte todavía los ambientes medievales, con sus criaturas propias de un cosmos sagrado; sin embargo, por el cambio en el aliento y por el esmero en construir retratos que son viñetas y la relación implícita, termina convirtiéndose en la semilla de la transformación en que actualmente se encuentra esta poética. Castillero retoma la veta mitológica que impregna mucho de su poesía y también las reverberaciones intratextuales. El modelo del que dimana y al que se adscribe son los textos sagrados, pero también la apropiación de Friedrich Nietzsche y los guiños al judaísmo, a un cuento de Jorge Luis Borges y a las sagas nórdicas bajo la lectura del argentino. En estas estampas, que se percibe alentaban a una trama mayor, la poeta ofrece una mirada a la condición femenina a través de los trasuntos de figuras femeninas con resonancias mitológicas: Ulrica, Frieda, Agar, Asherah. Aunque sería importante escrutar dichos poemas al trasluz de la hermenéutica, lo cierto es que esta reunión configura una reflexión sobre el eterno femenino y sus avatares. No en vano se insiste en la aparición de ángeles que buscan imponer o coartar el destino femenino. De manera sinuosa, es una mirada y una respuesta a la tradición heteropatriarcal que constriñe a la mujer a los estereotipos de santa o puta. De ahí que en uno de los poemas se reflexione que la mujer termina siendo noticia de nota roja. La sección es por ello auténtico gozne para el giro de la poética de Castillero hacia un nuevo enfoque, signado por la lectura social.
Pese al valioso aporte a la reflexión sobre la feminidad del conjunto anterior, “Intemperie”, el tercero es el mejor del libro. Asumiendo un tono decididamente lírico, la voz se decanta a atestiguar el duelo por la muerte de un ser querido. No casualmente los poemas tienen mayor extensión y la unidad se percibe lograda y no fruto del acopio. Suerte de suite poética, los varios poemas —o el poema y sus fragmentos— retoman tópicos caros a Castillero: la metamorfosis, el carácter cíclico de la vida, la figura de la araña y sus actos como símbolo femenino y de la creación, los trazos semióticos del ascenso-descenso como metonimias significativas de los procesos de muerte-resurrección y también de trascendencia, la elección de un campo semántico floral para remarcar ese credo primigenio en el pensamiento agrícola y también metonimia personal para identificar a la ausente: una creadora —se trata de Vivian Blumenthal (1962-2007), dramaturga y mujer de teatro, gran amiga de Silvia Eugenia—, de ahí la asociación con Ceres/Perséfona. Mitopoesía que permite descubrir que el ser amado ausente volverá, que la vida no cesa, sino que se transforma:
Meditabunda, salvaje,
te has vuelto una flor perfecta con sus sueños intactos.
Envuelves la nada. Dejas burbujas con tu aparición
de nenúfares.
Tu fuga parece una exploración imaginaria,
geométricos rayos solares
invadidos por el suspenso y ese paso fugaz del agua.
Oratorio que más que una despedida entona una creencia en la persistencia de la vida y por ello sugiere una posible tentativa filosófica: la vida es una cadena, el tiempo una espiral. Ciclos más que términos. “Intemperie” exhibe un poderío lírico pocas veces expuesto en esta obra y con ello instaura también un fundamento hermenéutico. Poema memorable que se suma a la concatenación mexicana de poemas sobre la muerte y que ofrece una delicada ofrenda a la amistad.
Atrios
Silvia Eugenia Castillero | Bonobos / UdeG | México | 2018
RP