Cultura

Antonio Deltoro (1947-2023) | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

Se fue un poeta de los más grandes, un poeta como no habrá otro en mucho tiempo. Nunca agradeceré suficiente haberlo conocido y gozado de su amistad.

Sabía ver el Sahara en las azoteas. Sabía que arriba y abajo de la gran ciudad estaba lo esencial: las copas de los árboles, las raíces, las nubes que vienen del mar y la balanza de las sombras en la noche y el día. Quiso vivir en París como un clochard o en una playa, pero vivió en un departamento con una habitación en penumbra y después en una hermosa casa en San Andrés Totoltepec con su amada Martha, en medio del bosque y la niebla que le susurraba “en su lengua envolvente/ de capullo de cera: /quédate aquí, /no busques más/ que no se encuentra”. Después le escribiría: “No hay paz parecida a ti sobre la tierra/ niebla rasante que tocas mi ventana”.

Amó los jueves y los martes, el futbol, los días descalzos que “viven en el placer, corren como los niños/ y se abren a la lentitud, como al sol los ancianos”. La lentitud que fue quizá su divisa, aquella que permite observar. Fue el quieto, el zurdo, el tímido. Sólo él pudo llamar al gallo “lobo del amanecer” y observó a los animales con curiosidad y sorpresa; también amó a los gatos. En concordancia con su apellido, era de signo Tauro y en su poema “Rumiante” decía: “En la abundancia/y en la sequía,/mascan mis huesos/la yerba fresca,/ la yerba fina//y mi esqueleto/la pesadilla”. En los árboles que poblarán el ártico vio nuestra futura desgracia.

Durante más de treinta años nos hemos reunido con Toni Deltoro cada martes en nuestra tertulia que él animó. Es tertulia, insistía, no taller. En el taller se trabajan los textos; a una tertulia uno llega si le place y lee algo si ha escrito; si no, opina o conversa. Pero el hecho es que leíamos y criticábamos y escuchamos los poemas de Toni durante todos estos años, incluso después del duro accidente que sufrió. Toni nuestro hermano mayor, nuestro primo querido, cuyos poemas tuvimos el privilegio de escuchar a veces en germen, a veces terminados, arriba con los pájaros en las copas de los árboles o abajo en las raíces y la melancolía. Toni que me enseñó a oír la poesía, Toni con el que mi hermana y yo peregrinamos una vez en busca de un nuevo café para la tertulia como en un breve re-exilio español.

Por la tertulia han pasado infinidad de escritores, libros, premios y algunas amarguras, pero Toni siempre nos recordó que debíamos ser ante todo agradecidos. Quizá porque la vida es breve, quizá porque el merecimiento es relativo ante el azar portentoso de estar aquí. “Cuando dormimos / el tiempo se lleva/ el cielo que conocemos,/ el tiempo se lleva todo, / incluso el cielo.”

Se fue un poeta de los más grandes, un poeta como no habrá otro en mucho tiempo. Nunca agradeceré suficiente haberlo conocido y gozado de su amistad.

AQ

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Ana García Bergua
  • Ana García Bergua
  • Autora de novela, cuento y crónica. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2013 por La bomba de San José y Premio Nacional de Narrativa Colima 2016 por La tormenta hindú. Recientemente publicó Leer en los aviones y Waikikí, junto con Alfredo Núñez Lanz.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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