Cultura

Alicia nunca miente | Un fragmento del nuevo libro de Jorge F. Hernández

Ficción

Por cortesía de Alfaguara, publicamos un adelanto de este libro, donde un periodista se aventura a desvelar todas las mentiras que lo rodean, al punto de de replantearse el sentido mismo de su vida.

Al atardecer de un jueves anónimo del primer mes de marzo del siglo XXI Adalberto Pérez conoció a Alicia Co­varrubias en el bar La Ópera de la calle Cinco de Mayo, esquina Filomeno Mata. Dicho por ambos, se trató de una epifanía compartida, un rayo luminoso instantáneo que los hipnotizó y explica sutilmente que eligieran abandonar un bar de neblinas alcohólicas y que hayan caminado juntos hacia el vecino café de Sanborn’s ubicado en la Casa de los Azulejos. Bastaron dos horas de conversación de conocencia con cafeína y colaciones varias para esta­blecer —sin mentira alguna— el escenario de un mutuo enamoramiento.

Alicia Covarrubias era ciudadana española, nacida en Granada en 1972, estudió Arqueología en la Universidad Complutense de Madrid. Viajaba con frecuencia a México, en particular a la Península de Yucatán, con diversos proyectos relacionados con su vocación. A partir de enero del 2000, Covarrubias colabora en la revista Sinbad. Viajes con Historia y por la realización de diversos reportajes donde entrelaza ocio e investigación (perfil de la revista) podría afirmarse que se volvió experta en el Mundo Maya (Guatemala, incluida).

La primera etapa de la relación entre Covarrubias y Pé­rez se centra en los correos electrónicos que mantuvieron viva la flama del enamoramiento, una vez que ella se volvió a España terminado el periplo durante el cual se conocieron*.

Es injusto afirmar que Alicia dejó en ruinas su proyecto arqueológico en Yucatán, pues ahora es sabido que la meritoria y notable labor de ella y su equipo, así como de distinguidos arqueólogos mexicanos de luengo abolengo quedó no solo evaporada sino extinta o borrada por la delirante deforestación y los descarados arrasamientos ecológicos provocados por las obras del llamado Tren Maya. Ni hablar de la fauna sacrificada, la proliferación de antojitos antihigiénicos en andenes y a la vera de las vías y la raquítica suma de pasajeros (en general inexistentes), salvo en la falsa inauguración del trenecito cuando se dejó venir un alud de periodistas que cortejaban a la corte del presidente de la república**.

Nueve meses después de la partida de Alicia, Adalberto Pérez viaja a España y consta en actas diversas que vivió con ella cinco semanas de ensueño y veraz romanticismo. Por mera diversión fonética, decidieron pasar una semana en la provincia de Burgos, en la localidad de Covarrubias como homenaje al apellido de Alicia (aunque ambos aparentemente desconocían si se trataba del verdadero lugar de su antaño origen); la tercera semana del periplo la pasaron en Granada (donde Adalberto Pérez asegura haberse convencido de que «no hay mejor guía de La Alhambra que mi mujer», aunque seamos honestos, esa frase parece haber sido pronunciada por Abdul en tiempos de AlAndalús) y las dos semanas restantes en Madrid.

Aquí conviene subrayar un probable desliz colindante con el tema de la mentira, pues Adalberto elogiaba con frecuencia el nombre de Alicia como derivación fidedigna del nombre griego Alethea, traducido vulgarmente como verdad, hasta que la propia Alicia se encargó de aclararle a su enamorado que en ningún lado consta que el origen de las Alicias sea la Alethea griega, y sí por el contrario alís, un remoto vocablo francés que le encantaba rimar a ella misma con Flor de Lis.

A partir de ese primer viaje de confirmación, la pareja se aboca a preparar detalladamente la posibilidad de vivir juntos en México, y ambos —a través de un intenso intercambio de correos electrónicos— realizan incansables esfuerzos, acuerdos y ajustes para lograr que en otro mes de marzo (casi a la fecha exacta de cumplir años de haberse conocido) Alicia Covarrubias y Adalberto Pérez alquilen un departamento en la calle de Michoacán, colonia Condesa, a media cuadra del Parque México, e inicien lo que a todas luces es una extraordinaria vida en pareja, cuya estabilidad, concordia y normalidad permanecerán inalteradas a lo largo de no pocos años que fueron lustros… hasta el día en que Adalberto Pérez sufre una pronunciada recaída con el virus ya incontrolable la propensión obsesiva por la constante investigación y revelación de mentiras. Una compulsión por la Verdad que —como hemos leído al principio— contrajo al terminar Constanza con la relación que él llegó a creer trascendental la víspera de la víspera de Navidad y por ende, recordaría siempre como falsa, irónica y afortunadamente sepultada en el merecido olvido al encarnarse Adalberto en Paladín del Escepticismo estrechamente unido ya con Alicia Covarrubias a pesar de todos los tiempos y distancias por el milagroso bálsamo de que ella jamás mentía, ni mentiría porque Alethea o Noalethea, Alicia nunca miente.

*Es importante subrayar que ambos consideran la relación epistolar cibernética como cemento trasatlántico para su relación depareja y se verá más adelante que los correos electrónicos entre ambos se consolidaron realmente como eslabón fundamental de su unión.


**Aquí conviene evocar un delirante simulacro como posible antecedente a la secreción de bilis falsacionista de Adalberto Pérez. Se trata de la previa y perversa falsa inauguración de un supuesto tren que uniría a la Ciudad de México con un aeropuerto (hoy y siempre vacío) donde distinguidos políticos y militares aceptaron ser filmados en un vagón simulado celebrando con sonrisas de tipo desarrollo tecnológico, rodeando al susodicho presidente de la república… mientras que un sacrificado escuadrón de soldados rasos agitaban al mentado vagón con palos haciendo palanca encima de un pedazo de vía sobre la que aún reposa (oxidado) el vagón que parecía estar en movimiento por la magia digitalizada de unas pantallas planas que engañaban a través de las ventanas la filmación de un trayecto a nin­guna parte. Lo cual parece también metáfora política.

AQ

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Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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