En medio de las tierras áridas del semidesierto lagunero, entre polvaredas y silencios antiguos, sobrevive una de las voces más emblemáticas del Canto Cardenche: la de don Guadalupe Salazar Vázquez, el último integrante vivo del legendario grupo de cardencheros del ejido Sapioriz. A sus 78 años, lucha con una mezcla de nostalgia, orgullo y resistencia por mantener viva una de las tradiciones musicales más profundas y más tristes de México.
El Canto Cardenche, ese lamento vocal sin acompañamiento instrumental, que nace del alma y se desgaja del pecho como un grito contenido, ha sido durante décadas el eco del pueblo lagunero, una expresión artística cargada de historia, melancolía y sentido de pertenencia.

La Secretaría de Educación Pública federal describe que este canto data de finales del siglo XIX. Surge en la zona de la Comarca Lagunera, región que abarca los estados de Durango y Coahuila, principalmente en los municipios de Gómez Palacio y Lerdo, en Durango, y Torreón, en Coahuila, habitada por campesinos, jornaleros, peones y migrantes de varias partes del país para trabajar en la pizca de algodón, básicamente. Cada grupo llevaba consigo tradiciones y costumbres que se fundieron con la de los habitantes originarios.
"Se dice que este canto proviene de los migrantes, quienes llegaron a la labranza solo con sus manos y su voz, por lo que la letra de las canciones refleja el amor y el desprecio, la soledad, la nostalgia, las despedidas y las labores. Ser interpretaban en las tardes, después de las duras faenas del campo".
El Canto Cardenche no se canta, se arranca. Sale del pecho como si alguien lo tirara desde el fondo del estómago y lo hiciera temblar en el aire. No lleva guitarra, no lleva violín ni siquiera palmas. Es un canto a capela, crudo y desnudo, que se posa en la garganta de quienes saben sufrirlo y se clava, como su nombre, en quien lo escucha.
Se le llama Cardenche por el cardo del mismo nombre, una planta espinosa del desierto lagunero que, si te la clavas, duele y cuesta trabajo sacarla. Igual que el canto: punzante, persistente, emocional. No hay mejor metáfora. El Cardenche se siente y se queda.
Se canta entre tres o más personas, sin partituras ni arreglos musicales, solo con la intuición heredada.
Se compone de tres voces principales: la voz aguda o guía, que lleva la melodía principal y suele iniciar el canto; la voz grave o de arrastre, que sostiene la base armónica con un tono profundo y prolongado; y la voz media, que equilibra el conjunto y da cuerpo al lamento coral.
En algunos casos se incorpora una cuarta voz que refuerza o repite fragmentos melódicos. Pero nunca hay director: el canto se sostiene por la escucha mutua, por la respiración compartida y la memoria oral.
Hoy, gracias al esfuerzo de Guadalupe, sus enseñanzas resuenan más allá de Durango, en varios estados de la República, como una semilla que se niega a morir.

El origen de una voz
Originario del mismo Sapioriz, en el poniente de Durango, aproximadamente a una hora de la Zona Metropolitana de Torreón, don Guadalupe comenzó su andar musical a mediados de los años ochenta.
Como muchos niños del pueblo, creció cantando canciones populares, muchas de ellas entonadas durante las tradicionales pastorelas navideñas. Fue precisamente cantándole al Niño Dios que su voz se acercó, sin saberlo, al estilo Cardenche.
“Desde jóvenes, algunos éramos menores, pero otros ya habían cantado con los cardencheros anteriores”, recuerda.
“A mí me tocó cantar con uno de ellos antes del año 2000. Él tenía la voz de arrastre, la más grave. Yo era la voz aguda. Una vez en El Paso, Texas, me dijo: ‘A ver cómo le haces tú, porque tienes que agarrar mi voz, no hay otro’. Le pregunté cuántos años me daba para aprenderla y me respondió: ‘No es de años, es que ya se me está acabando la voz’. Y sí, se le acabó… y él también se nos fue”.
Aquel relevo marcó un compromiso de por vida. A pesar de no recibir pago por muchas de sus presentaciones, “a veces nos daban una bolsita de Sabritas o una despensa”, Salazar nunca dejó de cantar. Lo hacía por convicción, por respeto a sus mayores y por amor a su tierra.
En 2008, el grupo original de Cardencheros de Sapioriz, incluido don Guadalupe Salazar, fue galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, entregado por el entonces presidente Felipe Calderón. El reconocimiento nacional fue un parteaguas; de cantar en plazas, iglesias o ferias locales, pasaron a presentarse en escenarios internacionales, incluso en París, Francia.
“No lo creíamos cuando nos dijeron que nos estaban invitando a una gira internacional”, dice con una sonrisa.
“Al principio no queríamos cantar Cardenche, porque decíamos que esas canciones estaban bien feas. Pero los señores nos metieron a cantar en pastorelas, y como eran parecidas, se nos fue pegando el estilo. Nos decían: ‘Ya están cantando en modo Cardenche, ¿para qué le hacen al cuento?’”.
Desde entonces, don Guadalupe ha aparecido en libros, ha dado entrevistas en radio y televisión, y hasta tiene un corrido de su autoría que suena en una banda sonora de una película de Netflix.
Su voz, moldeada por los años y por la dureza del desierto, sigue siendo un canal para contar historias, para enseñar y para resistir al olvido.

La herencia que aún se siembra
Hoy, Guadalupe Salazar no se detiene. Comparte su número telefónico y pide que se publique (871-585-8452), con la esperanza de ser invitado a cantar o a enseñar.
“Tengo ganas de seguir trabajando, pero no me han invitado últimamente”, confiesa. A pesar del cansancio físico, su voluntad permanece firme. “Estoy listo para enseñar a quien quiera aprender”.
Porque para él, el Cardenche no es solo música. Es memoria viva.
“Al principio me daba vergüenza cantar frente a la gente. Me temblaban los pantalones. Hoy, la gente me reconoce, me busca. Todavía me invitan, y mientras pueda, seguiré”.
El desafío, sin embargo, es grande. Las nuevas generaciones, dice, no siempre están dispuestas.
“Algunos jóvenes trabajan en bandas y dicen que no tienen tiempo. Otros están en maquilas y no pueden faltar varios días por ir a cantar, porque los corren”. Aun así, no pierde la esperanza.
“Hace poco fuimos a Puebla con dos señores a los que estoy enseñando, y ganaron el primer lugar en un concurso. Les dieron medalla, andan bien contentos. Incluso aquí en Sapioriz me están pidiendo varios días, y les dije: ‘Denme chance de no venir mañana, porque tengo que enseñarles’”.
El Canto Cardenche se caracteriza por ser una expresión coral a capela, sin partituras ni instrumentos, basada en la transmisión oral. Las letras abordan el amor perdido, la muerte, la nostalgia. Es un canto que hiere con dulzura.
“¿Qué cómo lo describo? Es algo que la gente hizo valer. Al principio nos daba miedo cantar en público. Nos sudaban las manos, temblábamos. Pero fue la misma gente la que nos dio valor. De Zacatecas para allá, mucha gente va a escuchar a los Cardencheros. Aunque yo vaya solo, la gente sigue yendo. Aún me reconocen, todavía está el recuerdo”.
Para Guadalupe, el Cardenche es orgullo. Orgullo de Sapioriz, de Durango, de La Laguna.
“Donde quiera que andamos, decimos: ¡Arriba la Laguna! Me da gusto que sigan recordando a los señores anteriores”.
Su memoria es un archivo sonoro
Recuerda los nombres de sus compañeros ya fallecidos, las canciones que aprendió en la infancia, las veces que cantaron sin micrófono bajo un mezquite, y los viajes largos por caminos polvorientos.
“Hace poco vino una muchacha compositora y me dijo que quería hacerme una canción. Le dije: ‘Todavía estoy vivo, espérese tantito’. Porque, aunque ya me canso, me sigue dando gusto que me inviten”.

Epílogo de una voz eterna
El tiempo avanza, pero don Guadalupe permanece. Carga una tradición, sí, pero también una responsabilidad que no pidió. Como último testigo de una dinastía musical irrepetible, su papel es doble: cantar y enseñar, resistir y compartir.
“Solo pensaba venir un día o dos con este grupo, pero aquí sigo, aunque me cueste un poco”, dice, mientras su voz, todavía firme, rompe el silencio del desierto.
El Canto Cardenche, como él, se niega a desaparecer. Vive en su garganta, en su memoria, en su ejemplo. Y mientras haya alguien que escuche, y que cante, la historia de Sapioriz seguirá entonando sus notas más profundas.
DAED