En abril de 1988, en su casa de la colonia San Simón, Carlos Monsiváis recibió al cartujo, quien llevaba el encargo de entrevistarlo para el primer número de la revista Viva, fundada y dirigida por Roberto Diego Ortega.
En poco tiempo —el 4 de mayo— cumpliría 50 años y acababa de publicar Escenas de pudor y liviandad y Entrada libre, el primero sobre el mundo del espectáculo y el segundo sobre los movimientos sociales, “sin la carga emocional de Días de guardar”.
Esta semana, cuando muchos, a propósito de su cumpleaños, han recordado a Monsiváis con críticas severas, verdades a medias o incluso falsedades, el monje rescata en su memoria un fragmento de aquella conversación entre seria y disparatada.
Le preguntó cómo se sentía llegar a los 50 en un país en crisis (la palabra más recurrente en la generación del monje).
“Es una sensación que se tiene a cualquier edad —respondió—. Creo que alguien que cumple 20 años en estas condiciones sentirá lo mismo, sentirá que todos sus logros individuales no consiguen de alguna manera librarlo de la frustración y el desastre colectivo. El problema ahora es de qué modo encauzar los pequeños logros individuales de tal manera que no sean devorados por el desastre que vivimos todos; de qué manera rescatar espacios de felicidad, de cumplimiento del trabajo, de cumplimiento del deber o de la solidaridad, y darle a eso una significación que tal vez no equilibre, pero que cuando menos en algo compense la atmósfera opresiva de frustración, de amargura, que hoy prevalece, sobre todo en la Ciudad de México”.
Con medio siglo a cuestas, le dijo el trapense: ¿cuál es uno de tus deseos incumplidos? Monsiváis, con total seriedad, le confesó:
“Siempre quise ser cantante de un grupo tropical con el repertorio de Daniel Santos. El no haberlo logrado cambió mi vida y me sumió en el mundo de los artículos y las crónicas. En cada artículo, en cada crónica que hago, vivo la añoranza de no haber podido cantar ‘Virgen de medianoche’ en el California Dancing Club ante un público expectante. Creo que nunca me recuperaré de esa pérdida del mito original”.
El fraile lo interrogó sobre su anhelo de interpretar el repertorio de Daniel Santos. La respuesta lo dejó sin palabras:
“Él es la reencarnación de la idea de la identidad latinoamericana desarrollada por Leopoldo Zea. Y así como no puedes oír a Daniel Santos sin pensar en Leopoldo Zea, tampoco puedes hacer periodismo sin considerar a Daniel Santos y la manera en que encarna el sueño bolivariano del doctor Zea”.
Por último, al pedirle un saludo para la afición mexicana, Monsiváis expresó:
“Creo que las peleas que he dado, las he dado todas pensando en la afición mexicana. Espero que esa afición, cuando vuelva a ver alguna de mis viejas peleas en la tele en una retransmisión, me recuerde como fui en mis mejores momentos, cuando entregué toda mi fibra y todo mi pedal a la causa del deporte mexicano”.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.