A las tres de la tarde, el centro de la ciudad se cerró como si esperara un huracán. Reforma, Juárez, Eje Central, el Zócalo: tapiados con madera y placas metálicas. Los gerentes bajaron cortinas antes de tiempo. La postal era clara: miedo a la marcha, miedo a la memoria, como desde hace 11 años.
Solo unos cuantos establecimientos dejaron abierta una rendija. Por ahí se atendía, y desde su encierro fueron testigos de lo que vendría. Los destrozos del lunes en Chilpancingo y del jueves en el Campo Militar se sumaron al contexto.

Gobierno y sociedad civil acudieron antes de la hora. Vestidos de naranja, chaleco, mochila y cuaderno en mano, los gestores de la Ciudad de México. De amarillo, Amnistía Internacional. De azul, los de la ONU. De rojo, los Marabunta. De morado, los de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México. Casco e impermeables, cámaras fotográficas. Cada color con su causa, cada causa con su carpeta. Todos ellos, testigos del movimiento que, desde hace 11 años, no ha encontrado respuestas.
La concentración fue en la glorieta del Ángel de la Independencia. Por lo menos 14 camiones repletos de familiares, amigos y estudiantes de normales rurales llegaron al centro. No más de 4 mil, entre todos los que se aparecieron.
En la vanguardia se ubicaron los padres y las familias. Detrás, la Normal Raúl Isidro Burgos, la de Ayotzinapa. Luego, las normales de la Federación de Estudiantes Socialistas Campesinos. Más atrás, organizaciones sociales y políticas. Entre ellas, el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), que no se pronunció, pero prestó su equipo de sonido.

El movimiento llegó cansado. A las 16:30 comenzó la marcha. Los primeros cánticos salieron de los padres, pero en voz baja. Se escuchaba más el rugido de los estudiantes.
Ya cuando agarró forma la marcha, al frente no había ni treinta familias. Algunos padres ya han dejado el movimiento en el camino. Al menos seis murieron sin respuestas. Otros prefieren recordarlos a su modo; se quedaron en Chilpancingo. También faltó el abogado Vidulfo Rosales. Ahora forma parte del Poder Judicial. La primera marcha que no camina.
Le siguieron los normalistas de Morelos y de Michoacán. Al frente, los de primer año. Cabeza rapada. 17, 18, 19 años. Muchos, hace 11 años, estaban en la primaria. Aunque una pinta lo explicaba:
"Somos nietos de la Revolución, hijos del 68 y hermanos de los 43. Ayotzinapa, Guerrero".
Mientras avanzaban, comenzaron las pintas: “Nos faltan 43”, “Ayotzi vive”. En puestos de lámina, bardas, banquetas. Pintas inocentes sobre las láminas y las maderas, insistentes.
Se sumaron organizaciones que abogan por la liberación de Palestina, los que reclaman por otras causas. Y de pronto aparecieron también los autonombrados como ‘bloque negro’. Llegaron con capuchas y petardos.
Este año no se realizaron carteles nuevos. Reutilizaron los del año pasado. Incluso algunos solo sustituyeron el “10” por un “11”, alusivo a este aniversario luctuoso. Igual, es la misma causa, igual aún no hay respuestas.
Para este aniversario brilló por su ausencia la solidaridad universitaria. Este año no apareció el contingente, ni la UNAM, ni del Poli, la UAM, la ENAH. Este año, dejaron solos a los normalistas.

Avanzaron sobre Reforma. A pesar de la lluvia. A pesar de los charcos. A pesar del vacío. A pesar de los estigmas. La marcha se convierte en el recuerdo de un movimiento que cada vez se muestra más aislado.
Encapuchados aparecieron con latas de aerosol. Pintaban. Avanzaban. Mientras, los padres llegaron al antimonumento, en el cruce de Reforma y Bucareli. Y a lo lejos se escuchaban los primeros artefactos explotar. Aprovecharon y prendieron fuego en la entrada de uno de los edificios del Bienestar. Pintaron a su paso. Volvieron a pintar. Erosionaron el entorno.
Llegaron al antimonumento. No embellecieron la escultura. Láminas dobladas, plantas secas. Guardaron un minuto para la reflexión. Y el pase de lista:
— Carlos Iván Ramírez...
— ¡Presentación con vida!
— Everardo Rodríguez Bello...
— ¡Presentación con vida!
Y así hasta 43.
También mencionaron a los asesinados de otros episodios:
— Yanki Cotán... ¡Justicia!
— Fredy Vázquez... ¡Justicia!
— Jorge Alexis... ¡Justicia!
Los contingentes avanzaron por avenida Juárez. Padres tranquilos, con hartazgo en el rostro. Estudiantes emocionados. Para muchos, era su primera vez.

Sobre 5 de Mayo, rumbo al Zócalo, el olor a laca invadía la banqueta. Algunos eran verdaderos artistas: garigoleados y fuente cursiva para enarbolar la protesta. Otros pintaban, pero no usaban acentos.
Minutos antes de las seis, los marchantes toparon con pared. Enormes bloques de concreto impidieron el ingreso vehicular. El del perifoneo tuvo que sortear a pie. Y así fue. A pesar del muro. A pesar del símbolo. Padres y normalistas cruzaron.
A las seis llegaron al Zócalo. Sin templete. Sin perifoneo. Solos. Como hace once años.
A las 6:15 tocaron la valla frente a Palacio Nacional. La que se ha mantenido desde hace dos administraciones. La que se pinta cada año. Mandaron por la camioneta con altavoces para que diera la vuelta. Y cuando por fin ingresó, comenzó el mitin. Volvieron a alzar la voz.
— “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”
Los padres hablaron. Reclamaron que los quieren silenciar.
— “Si no quieren que manifestemos, fácil: digan la verdad”, dijo la madre de Jorge Antonio Tizapán.
— “Aún no sabemos nada de ellos. 11 años de buscarlos de manera incansable. Por volver a verlos. Por volver a abrazarlos”, insistió.
Mientras hablaban, detonaciones comenzaron a sonar en el Zócalo. Ahora hacia los edificios capitalinos. Avanzaron los petardos por 5 de Mayo. Algo de fuego se vio a lo lejos. Llamaradas. Ingresaron al Zócalo. Elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana los desviaron y les cerraron el paso justo sobre 16 de Septiembre.
Con escudos pretorianos, una formación romana bloqueó la calle. Encapuchados lanzaron piedras, palos. Rompieron con un mazo una de las bancas ubicadas a un costado del Zócalo para hacer más piedras. Las lanzaron contra los policías.

Minutos antes de las siete, ingresaron a una tienda. A las 6:51, un Super K en la esquina. Lo celebraban. A quienes intentaban grabar, los amedrentaban:
— “Si sigues grabando, te voy a pintar la cámara.”
Tomaron bebidas. Las arrojaron a sus compañeros o contra los policías. Arrojaron panquecitos a los presentes. Volvieron a celebrar. Sobre la banqueta, elementos de Seguridad Ciudadana los encapsularon.
Desde el otro extremo de la plaza, sobre 16 de Septiembre, comenzaron a lanzar artefactos explosivos. Los encapuchados no eran normalistas. Encapuchados nada más. Los que ingresaron a la tienda. Los uniformados no hicieron nada. Ahí se quedaron, a la espera de que se fueran por su cuenta. Y así fue. Cuando se les acabaron los artefactos, se fueron. Se diluyeron entre la multitud.
Desde el otro extremo, el mitin siguió:
— “Seguiremos alzando la voz desde este movimiento, que solo busca saber la verdad. Este movimiento de los padres que solo quieren saber dónde están sus hijos.”
— “Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos.”
Al final, solo las consignas se escucharon. Padres y normalistas, como hace 11 años, volvieron a reclamar. Concluyeron sin contratiempos. Para ellos, todo fue pacífico. Con un altavoz prestado. Y en la oscuridad.
