El 12 de julio de 1979, el beisbol y la música se encontraron en un mismo lugar, no para celebrar, sino para destruir.
Aquella noche en el Comiskey Park de Chicago se organizó lo que después sería recordado como la Disco Demolition Night. A primera vista se trataba de una simple promoción deportiva: un partido entre Medias Blancas de Chicago y Tigres de Detroit, con la curiosa idea de invitar a los fanáticos a llevar ejemplares de música disco a cambio de un boleto muy barato. El plan, aparentemente inocente, consistía en volar por los aires una caja llena de esos vinilos como un gesto de espectáculo.
Pero lo que parecía un acto promocional se transformó en una manifestación cultural y social cargada de tensiones. La música disco, que dominaba las radios y pistas de baile de la época, había nacido de la mano de comunidades afroamericanas, latinas y de la diversidad sexual. Su sonido alegre, bailable e inclusivo representaba mucho más que un simple estilo musical: era un espacio de libertad para quienes habían sido marginados por mucho tiempo.
Sin embargo, esa misma visibilidad despertó rechazo. Para algunos sectores, el disco era sinónimo de frivolidad, de saturación en los medios y, más profundamente, un recordatorio de la diversidad que no todos querían aceptar. Así, la Noche de Demolición se convirtió en un campo de batalla simbólico.

Dentro del estadio la escena no tuvo límites. Había pancartas con frases como “Disco Sucks” (algo así como “La música disco da asco”) que colgaban de los balcones superiores e inferiores, cosa que algunos observadores calificaron como obscena. A medida que avanzaba el partido, grupos de fanáticos gritaban cantos antidisco. En la quinta entrada, cientos de discos habían sido lanzados al campo junto con fuegos artificiales y basura, muchos con el objetivo de impactar en los jugadores. El campo ya estaba cubierto mucho antes del descanso y la situación se volvió tan desordenada que los jugadores de las Medias Blancas se encerraron en su vestuario para su propia protección.
La tensión alcanzó su punto máximo a las 20:40, cuando el locutor radial Steve Dahl –famoso crítico de la música disco– encendió la dinamita que voló los discos en medio del campo. Vestido con uniforme militar y casco del ejército, entró en un jeep acompañado por una modelo rubia llamada Lorelei. La multitud comenzó a cantar “¡La disco da asco!” tan fuerte que era claramente audible fuera del estadio. Los que se habían reunido alrededor se unieron al canto. Mientras tanto, una caja gigante con más de 50 mil discos se colocó en el centro del campo. El clímax llegó cuando Dahl hizo estallar una hilera de fuegos artificiales frente a la jaula, seguida de la detonación que hizo explotar los discos y envió fragmentos por los aires.

Pero eso no terminó ahí. Los asistentes invadieron el terreno, rompieron la seguridad y el partido acabó en un caos monumental. Aquella noche no fue únicamente la explosión de vinilos, sino también la explosión de resentimientos.
La Disco Demolition Night quedó grabada como el día en que la música ardió en público. Un evento que, más allá del espectáculo, obliga a reflexionar: ¿Qué significa destruir la música de otros?

Episodios similares en la historia de la música
No fue la primera ni la última vez que los discos se usaron como símbolo de rechazo. La historia de la música está marcada por episodios en los que un género, un artista o un movimiento fueron condenados mediante hogueras:
- Elvis Presley en los 50: cuando Elvis apareció con su estilo irreverente y su manera de bailar, considerada demasiado sensual para la época, hubo grupos religiosos que quemaban sus discos públicamente.
- Los Beatles en 1966: Tras la famosa declaración de John Lennon de que “los Beatles eran más populares que Jesús”, en varias ciudades de Estados Unidos, especialmente en el sur, hubo manifestaciones en las que fanáticos ofendidos quemaban montones de discos.
- El rock oscuro en los 80: Durante la era de la “caza de brujas” contra el heavy metal, comunidades religiosas organizaron fogatas para destruir discos de bandas como Judas Priest, AC/DC o Black Sabbath, acusándolas de promover mensajes ocultos y decadencia moral.
- Música urbana en América Latina: Aunque no siempre con hogueras visibles, en varias ocasiones géneros como el reguetón o el rock en español fueron censurados, prohibidos en radios y tachados de “nocivos para la juventud”. La censura, aunque no siempre con fuego, compartía la misma esencia: el miedo a lo nuevo, a lo diferente, a lo que rompe esquemas.
Quemar discos no es solo destruir objetos de plástico. Es un acto cargado de simbolismo: es negar la voz de quienes encuentran en esa música un lugar, un refugio, una identidad. Cuando en Chicago se levantaron las llamas contra el disco, no solo se atacó un género saturado en las emisoras; se atacó indirectamente a las comunidades que lo habían creado y defendido.
La música siempre ha sido un espejo de la sociedad. Cada disco quemado habla más del miedo y el rechazo de quienes lo destruyen que de la obra en sí. Si algo enseña la historia es que los géneros atacados nunca desaparecen.
Por eso, mirar atrás a la Disco Demolition Night no es solo recordar una anécdota escandalosa en un estadio de beisbol. Es reconocer cómo la intolerancia puede expresarse. Y es también una invitación a pensar: la próxima vez que algo incomode, ¿lo destruiremos… o aprenderemos a escucharlo?
mrg