Vive Latino con sabor a nostalgia

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EL ÁNGEL EXTERMINADOR
David Cortés


Un regusto a nostalgia. A eso sabe la edición 16 del Vive Latino. Aunque hay, como ya es costumbre, una pléyade de bandas emergentes, el ambiente se tiñe de pasado y de sorpresas. Esta vez las presencias de bandas angloparlantes son mayores a lo habitual, pero nada para desgarrarse las vestiduras.

En la apertura, una gema escondida es la actuación de Tinariwen, un cuarteto de la tribu tuareg, al norte de Mali. Enfundados en sus vestimentas tradicionales, los cuatro crean un entramado de sonidos que tiene una base rítmica monótona, algo semejante a lo que hiciera Velvet Underground en los 60 o algunos grupos cósmicos alemanes. La sensación de trance es continua, Tinariwen no es una típica entidad africana donde imperen los sonidos festivos, al contrario, los temas se desarrollan lentamente y seguro si éstos tuvieran mayor duración, nos hubieran sacado del tiempo para inducirnos a otras dimensiones.

Decíamos que la nostalgia tuvo su lugar de honor, pero hay formas de encararla. The Specials subieron y pusieron a la gente a skankear, pero su interpretación de “Ghost Town”, uno de sus momentos climáticos, es como un augurio. La historia de un lugar en el que todo se pierde y ya no se pueden hacer las cosas cotidianas llevó a más de uno a pensar en algunas zonas de este México, donde la violencia ha convertido en comarcas fantasmales a distintas ciudades.

La Revolución de Emiliano Zapata subió a rememorar, de la mano de “Nasty Sex”, sus glorias setenteras y a capitalizar el interés por el pasado. Nostalgia paralizante. En otro escenario, otra banda mexicana setentera parece agarrarse del mismo sentimiento, pero en realidad mira al futuro. Luego de años de inactividad, Decibel ha regresado renovado, enjundioso, con una idea actualizada de la vanguardia y estrenan una placa doble: “Insecto mecánico”. Su presencia, Con Ramsés Luna, integrante de Luz de Riada como invitado, y la de Iraida Noriega y la Groovy Band (que, por otra parte, hace un excelente concierto en el cual de la mano de el rapero Erick el Niño, se interna por el jazz y el hip hop, a partes iguales y alcanza un sonido propio, sólido) en la Carpa Intolerante le devuelven el carácter con el cual fue creada: una ventana a propuestas sonoras arriesgadas, experimentales y hasta de vanguardia. Aseada la casa, puesta en orden, los organizadores han empezado a meter mano y prueba de ello es la “normalidad” que este año dominó la programación de este espacio que años pasados fuera un oasis.

Bostich + Fussible suben a Wolfgang Flür, un ex Kraftwerk, a acompañarlos al escenario. Valioso. Genitallica invita a Paquita del Barrio. Para el morbo, nada relevante en cuanto a musicalidad. La señora Paquita debería elegir mejor sus amistades si quiere que su carrera siga con lustre.

Caifanes también hunde el diente en la nostalgia. Hay un nuevo guitarrista, pronunciamientos actuales, Saúl pide “43 minutos (sic) de silencio por los desaparecidos”, pero en tres años ni una sola canción nueva; sin embargo, eso no molesta a los asistentes que han colmado el Foro Sol.

Por su parte, el rock urbano nuevamente se hace presente y muestra cómo gana espacios a pesar de no contar con la misma fuerza mediática que otras vertientes. Este año Interpuesto lo representa y lo hace decorosamente.

Sin embargo, esta edición del Vive Latino será recordada por la aparición de Robert Plant & The Sensational Space Shifter. El hijo de Albión dejó claro por qué es una leyenda. Lejos de la arrogancia, Plant habló en español, generó empatía, hurgó en el baúl y sacó a relucir, con otras telas, temas de Zeppelin (“Black Dog”, “What Is and Should Never Be”), versiones de Howling Wolf (“No Place to Go”), Bo Diddley (“Who Do You Love?”), pero las combinó con pequeñas dosis de electrónica y con la música africana, donde instrumentos como el banjo (kologo) y el violín (ritti) producen una capa de exotismo, pero también otros colores que en el contexto del rocanrol forman una aleación especial.

Watch out, watch out. Yo no soy marinero”, dice Plant y es la señal para una descarga de un rock salvaje, bestial, primigenio. El sonido es muy compacto pues la banda ha trabajo continuamente y es la misma con la que registró su más reciente álbum, Lullaby and the Ceaseless Roar. La clase de declaración que tiene por objeto recordar a los presentes la razón de por qué están reunidos aquí. La razón que lo lleva a regresar, decir “una más, una más” y dirigir a sus Space Shifters por las entretelas de “Whole Lotta Love” para cerrar con “Rock and Roll”. En poco más de una hora, el cantante y compañía imparten una lección de historia del rock, esa música de raíces africanas que nace del blues, en las plantaciones, en el Delta del Mississippi y que, mediante continuos viajes, cruzó el Atlántico para llegar Londres. Plant recuerda eso, pero también instruyó a los devotos que hay maneras de encarar la nostalgia. Una de ellas es tomarla como punto de partida para encarar el presente.

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