A primera vista, la vida diaria sigue en el municipio sede del coronavirus en Nuevo León. Ayer, las calles de San Pedro parecían normales, más allá de las horas típicas del tráfico que provocan las escuelas, suspendidas ya oficialmente.
Los lugares de trabajo permanecían en plena actividad, aunque se sabe de ciertas empresas ya declaradas en home office. Afuera de las casas, se congregaban como siempre los trabajadores domésticos y desde adentro llegaba el habitual sonido de las podadoras de los jardineros.
Lo que ha cambiado es el comercio. El estacionamiento del súper está lleno incluso a la hora en que no suele haber más que un auto o dos. Y entrar es una experiencia nueva: no huele igual; no hay quien deje pasar la oportunidad de tomar una toalla a la entrada, limpiarse las manos y sanitizar el carrito.
Adentro, los consumidores se toman en serio eso de guardar las distancias con el prójimo. Y nadie habla: algunos porque traen tapabocas, otros porque asumen que hablar es contagioso.
Hay menos carne que de costumbre en los anaqueles. Y eso que los han llenado varias veces, me dice uno de los empleados.
Las frutas y verduras congeladas también se están acabando. Y el arroz, que suele haber tanto, igual. Eso sí, aunque estamos en plena Cuaresma, la pescadería está sola.
Todas las cajas tienen fila. Sí hay más gente, comenta el cajero, pero sobre todo es porque la gente lleva más cosas y esto es más lento. Cierto: ocho de cada diez carritos llevan una montaña de cosas; cinco de cada diez incluyen papel de baño.
En San Pedro, la semana laboral empezó ayer con el compromiso, por parte de los comercios, de adoptar las prácticas adecuadas a estos tiempos de pandemia. Pedían a los clientes reciprocidad: evitar compras de pánico, no acudir a las tiendas con niños o adultos mayores y no tocar de más.
Hay que esperar un aprendizaje al respecto. Niños no había. Pero durante el primer día, la presencia de la tercera edad en el súper estaba lejos de ser una excepción.
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