En Iztapalapa, la Semana Santa no es solo una tradición, es una experiencia espiritual, cultural y comunitaria que lleva 182 años transformando las calles del oriente capitalino.
Cada año, miles de personas —tanto del interior del país como del extranjero— se dan cita en esta alcaldía para presenciar el emblemático viacrucis, considerado desde 2012 como Patrimonio Cultural Intangible de la Ciudad de México.
Y aunque las imágenes más representativas suelen ser las de los actores cargando cruces, caminando descalzos o siendo elevados en la cruz, hay otra historia que también se vive en estas jornadas: la de un grupo de jóvenes que, de forma altruista, se organiza para apoyar a los visitantes, en especial a los extranjeros.
“Somos un apoyo que los va guiando por dónde sí y por dónde no. Iztapalapa no siempre es segura, pero nosotros estamos aquí para cuidarlos y compartirles también la palabra del Señor”, cuenta Yahir, uno de los voluntarios, originario de la misma alcaldía.
Este grupo no solo orienta y protege, también explica con calidez el significado de cada momento de la celebración. “Es amor latino, yo le llamo. Es un amor acogedor hacia todas partes del mundo, y se les va explicando poco a poco cómo funciona esta representación”, añade Yahir.
La representación del viacrucis iztapalapense no deja indiferente a nadie. Turistas como Ann Louis, proveniente de Estados Unidos, se mostraron sorprendidos por la organización, la seguridad y el misticismo del evento. “Creo que es una celebración realmente interesante. No sabía que se hacía en México. La seguridad es fantástica, me siento muy segura”, compartió.
Otros visitantes, como Tino, originario de Zimbabue, llegaron con curiosidad y se fueron con asombro.
“Me contaron que cargan cruces, caminan descalzos, y que Jesús es colgado en una cruz. Es un ambiente de mucha festividad, las decoraciones están hermosas”, dijo.
La fe y la fiesta conviven en Iztapalapa. Por donde se mire, hay color, oración, solemnidad y una entrega total que se contagia.
Y detrás de esa magia también está la vocación de servicio de jóvenes que, sin esperar nada a cambio, hacen que el viacrucis no solo se entienda, sino que se sienta.
AV