Ciudad de México /
A lo largo de las últimas décadas, aunque hemos incrementado significativamente la densidad institucional y multiplicado las reglas, estas siguen siendo para muchos un llamado a misa. Peor aún, muchas de ellas están cimentadas en la desconfianza, y son aplicadas con impericia por operadores insuficientemente entrenados en su lógica y sentido. El resultado es que las instituciones que deberían generar una gobernanza democrática acaban siendo capturadas por poderes e intereses locales. Y el cambio no acaba de producirse.