Cultura

Un "pop" star del arte virreinal

Puesto que son contadas las oportunidades de ver exposiciones como Miguel Cabrera, las tramas de la creación, abierta al público el pasado 21 de septiembre en el Museo de Historia Mexicana, el comentario que sobre la misma se quisiera hacer se vuelve complicado, ya que de entrada, una exposición como ésta da para escribir no una nota periodística, sino dos o tres ensayos que retraten de cuerpo entero el o los temas de la misma.

Como eso no es posible, en lo que sigue de estas líneas abordaré brevemente tres temas relacionados directamente con el pintor oaxaqueño. Las academias de bellas artes; su participación en la inspección del ayate de Juan Diego; y la que fue su obra más importante, la iglesia y convento de San Francisco Javier en Tepotzotlán, Estado de México. Pensar el papel desempeñado por Miguel Cabrera sólo en estos tres temas nos remite al porqué de su fama que en vida, y después de ella, siempre ha sido grande. Toda proporción guardada me recuerda al personaje de la película de Ken Russell Lisztomania (1975), en la que presenta a Franz Liszt (1811-186) como al primer músico pop de la historia, capaz de reunir muchedumbres en sus conciertos. Es esta misma fama y prestigio, la que a través de sus pinceles y textos, logró obtener Cabrera.

El tema de las academias de arte es largo y complejo, no sólo suponía un espacio para la enseñanza, sino que era un auténtico botón de promoción socioeconómica, de ahí que fuera de vital importancia para pintores, escultores y arquitectos pertenecer a una de ellas. Se sabe que el primer intento por fundar una academia en la Nueva España corresponde al esfuerzo hecho por los hermanos Hernández Juárez en 1722; sin consecuencias a largo plazo, le sigue la fundada por José de Ibarra en 1754 y dirigida a su muerte, en 1756, por el propio Cabrera. Incluso se sospecha que él es el autor de esta iniciativa y si no aparece así en el acta fundacional se debe a su deseo por no llamar la atención sobre su persona. Se cree que era negroide lo que lo marginaría de cualquier actividad creativa y más si estuviera relacionada con la Iglesia. Sólo su temprana asociación con las órdenes religiosas, en especial con los poderosos jesuitas, habrían hecho posible saltar estas restricciones y, dado su probado talento, llevarlo hasta los lugares reservados a los artistas criollos o mestizos. Razón que igual nos explicaría su interés por contar con una academia que el mismo encabezara o formara parte de su cuerpo directivo.

En 1756 se publicó la Maravilla americana y conjunto de raras maravillas, observadas con la dirección de las reglas del arte de la pintura, o sea el reporte presentado por él y otros pintores, sobre la autenticidad del ayate de Juan Diego, o para ser más precisos, acerca de la milagrosa pintura de la Virgen de Guadalupe en la prenda del indígena. Al texto lo acompañaron tres pinturas tomadas por su mano directamente del original, una de la cuales sirvió para que en Roma se aceptara, junto con el informe, el milagro realizado por la Virgen en México. Es por tanto Cabrera a quien se debe la difusión de la iconografía de la Virgen Morena, el modelo pictórico del que han nacido todas las demás copias, ya que son copias, a su vez, del trabajo de Cabrera. El que tuviera contacto directo con la prueba física del milagro y haber escrito un reporte completísimo de la naturaleza de la tela, que además es de origen divino, acrecentó grandemente la fama del pintor, destacándolo como teórico o maestro supremo del arte de la pintura.

Muy escasas deben ser las oportunidades para que un productor se apropie de un proyecto de las dimensiones de la iglesia y convento de Tepotzotlán a partir de un encargo –por más importante que fuera ese encargo–. Nuevamente gracias a su relación con la jerarquía de la Compañía, específicamente con el padre Pedro Reales, prior de San Francisco Javier, y a su inteligencia y sagacidad al proponer un programa completo basado en los principios de Andrea Pozzo, hijo también favorito de los jesuitas en Roma, es que logró acercarse, como pocos artistas de su época, a la realización de la llamada obra de arte total.

Por último. Es un gusto ir al Museo de Historia Mexicana y siempre encontrarlo, por las razones que se quieran, lleno, ¿para qué más tener un museo?

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Xavier Moyssén Lechuga
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