Cultura

2, 3 o +: otro deceso; ser tolerante

OTRO DECESO

Hace unos días murió la fotógrafa inglesa Fiona Adams a los 84 años. Si en los años 60 del siglo pasado hubo un fotógrafo que se ocupó de las entonces nacientes estrellas de la música pop, Hendrix, Dylan, Bowie, los Beach Boys y muchos otros, lo fue esta mujer, que sin embargo debe su fama a una fotografía que tomó de los Beatles saltando sobre una barda en 1963; de hecho, ella fue la primera fotógrafa en ocuparse seria y profesionalmente del cuarteto de Liverpool.

No tengo especial predilección por la nota necrológica, si en las últimas columnas me he ocupado en comentar la muerte de algunos fotógrafos profesionales es por la convicción de que debemos el reconocimiento a todas aquellas personas que hicieron y hacen posible que tengamos una iconósfera tan rica y variada. No deberíamos olvidar que detrás de cualquier imagen, se juzgue buena o mala, interesante o sin chiste, repetitiva, confusa o incluso truqueada, hay un “alguien” que la ha hecho posible para bien o para mal, que conocerlo lo mismo nos sirve para emitir un mejor juicio sobre su trabajo, que para premiarlo, marginarlo o denunciarlo, pero que jamás quede en un “sin autor” o “autor desconocido”, que es lo mismo que una sepultura sin lápida, un triste final para una vida entregada al trabajo.

SER TOLERANTE

La semana pasada presentó su renuncia como director artístico del festival de fotografía de Bristol, Inglaterra, el fotógrafo Martin Parr, debido a una ola de opiniones desatada en su contra que lo acusa de “insensibilidad racial”. Todo ello debido a la introducción que hizo en el 2017 al libro London, de Gian Butturini. En él, en una página doble, aparece una mujer negra y en la página opuesta un gorila.

A pesar de las disculpas que ha dado Parr explicando que él jamás se detuvo a considerar esas páginas como un problema racial, de haber prometido retirar de las librerías los ejemplares del libro, e incluso que la propia editorial, Damiani, ha dicho públicamente que no piensa ni en Parr ni en Buturrini como racistas, las críticas no han cesado.

Uno o dos meses atrás, algo parecido sucedió en contra de la escritora J.K. Rowling por un comentario que al parecer ofendió a grupos feministas y allegados. Igualmente, a pesar de que hay una carta de apoyo a la inglesa, firmada por celebridades como Noam Chomsky, Salman Rushdie, Francis Fukuyama o Enrique Krauze, las protestas en su contra continúan e incluso ha sido fuertemente criticada por gente como Daniel Radcliffe.

Estos y sucesos parecidos han llevado a debatir sobre la llamada cancel culture o en español la cultura de la cancelación, que no es otra cosa que la tendencia, cada vez más extendida, de cancelar o, literalmente, derribar, abrumar, a todo aquel que parezca o dé señales de desviarse o estar en contra de ideas antirracistas, antifeministas, antiigualitarias e, incluso, y esto es grave, antigobiernistas. En el fondo se trata de fijar hasta dónde debe operar el grado cero de tolerancia y en dónde iniciar el respeto a la libertad de expresión. Sin embargo, la fuerza y presión de las redes sociales puede llegar a ser tal que se inicie un proceso igual de nefasto, el de la autocensura.

Tolerancia quiere decir aprender a vivir, a convivir, a discutir, a dialogar y a disentir con cualquiera que piense distinto a ti. Tolerancia no es estar de acuerdo con los que opinan en el mismo sentido que tú lo haces. Y va más allá, creer que todo aquel que no piensa, comulga o siente como tú es tu enemigo y por tanto debes acabar con él, es la manifestación más clara que querer cancelar o impedir lo que es, precisamente, la riqueza de las sociedades contemporáneas, su pluralidad, pluriculturalismo, plurinacionalismo, plurilingüismo, plurirracismo.

Así como quienes estuvieron por siglos en contra de la incorporación igualitaria de la mujer a la sociedad, tuvieron o tienen que aprender, si quieren ser tolerantes, a convivir con esas ideas y mujeres que les parecen tan opuestas a su manera de ver, así todos, en una sociedad verdaderamente democrática debemos no cambiar de ideas, no callar, o mejor brincar al patio contrario, sino simple y sencillamente aceptar que los otros, sean quienes sean, tienen los mismos derechos que tú. 


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Xavier Moyssén Lechuga
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