Sociedad

“Touch me i’m sick”: VIH/sida reloaded

Quería escribir, una vez más, sobre la apropiación de los homosexuales con el virus como una forma de reivindicación frente a la hegemonía hetero que dan por hecho que su sexualidad reproductiva es sinónimo de buena salud. De pronto me di cuenta que estaba repitiendo con sintaxis cursis lo dicho en textos pasados para llegar al mismo punto.

La desinformación, estigmatización, escarnio, hacia el VIH, sus vías de transmisión y quienes lo portan, quienes viven con él, está resurgiendo cierta hostilidad afilada. Balas de fastidiosa moralidad muchas veces disparadas al aire por manos homosexuales. Parecen ráfagas detonadas con silenciador. Pues pasan casi desapercibidas entre el ruido de las discusiones sobre el lenguaje inclusivo y las nuevas masculinidades que pareciera solo pueden reinventarse sobre tacones.

Decidí reproducir este texto publicado hace un par de años con las mismas ideas que quería parafrasear. Tan solo para darme cuenta que la recriminación beata con la que se describe al virus sigue intacta, aun cuando la literatura científica y el activismo no interrumpe la marcha…

Diciembre de 2019

Cuando en 1988 la banda de Seattle, Mudhoney, lanzó su primer sencillo oficial, e injustamente el más famoso, “Touch me i’m sick”, también proyectaría acaso el himno más crudo sobre la realidad de las relaciones eróticas en tiempos del sida bajo el régimen de conservadurismo neoliberal de Donald Reagan. Quizás por eso la canción quedó fuera de cualquier álbum compilatorio con temas alrededor de la lucha contra el VIH. Incluso la organización benéfica no lucrativa Red Hot, reputada por la producción de eclécticos álbumes orientados a un género musical específico, cuyos artistas invitados reflexionaban sobre el VIH en los contextos relacionados a su estilo cultural, dejaron fuera “Touch me i’m sick” de la colección No Alternative, enfocada a las bandas que contribuían al apogeo del rock alternativo de 1993, aun cuando la letra de la canción, fundacional en el desmadre desesperanzado de lo que sería el grunge tal y como lo redacta la historia, abordaba la realidad de la amenazas sexuales y la súplica encabronada de la tolerancia por parte de los afectados con un sentido del humor callejero y repulsivo, que pateaba cualquier huella de indulgencia que se encontrara en su camino de placer inmaduro, explícitamente superior a las propuestas de Sonic Youth (quienes ya habían hecho un cover de “Touch me i’m sick”), Pavement, Beastie Boys, Soul Asylum, los Smashing Pumpkins, Sarah McLachlan y el resto de las bandas elegidas por Paul Heck, el productor encargado de la curaduría de la compilación.

Es complejo abordar la actualidad de la lucha contra el VIH en tiempos donde hasta los propios homosexuales luchan rabiosamente porque no los cataloguen en las poblaciones de alto riesgo, a pesar de que en las fiestas patrocinadas por marcas de condones circulan tremendas cantidades de alcohol, que el sexo seguro es lo de menos. Emular la hipocresía cívica de los bugas han sido de los balazos en el pie que más quebradizos nos dejan al momento de defender nuestros derechos. Hay un desfase moral entre la defensa del matrimonio igualitario y el aumento de personas que viven con VIH, sobre todo jóvenes (de acuerdo con Censida, este sector pasó de representar 25% de los casos diagnosticados por el virus en 2013, a 45% en 2018), que nos pone a los homosexuales en una posición de controvertido autoflagelo.

También los homosexuales huyeron a como diera lugar de esa provocación nihilista y antilacrimógena de los Mudhoney, optando por las baladas que dieran palmadas a la espalda al sentimiento de tragedia que junto a la estigmatización, parecían las gónadas del virus a finales de los ochenta del siglo pasado: “Una palmadita en la espalda no va cambiar el sistema porque el sistema no va a cambiar nunca”, decía Henry Rollins y henos aquí, con un supuesto cambio en el sistema gubernamental mexicano, retóricamente ubicado en el espectro de la auténtica izquierda, a la que sin embargo le pasó de largo el Día Mundial de la Lucha contra el Sida, puesto que el onomástico internacional se empalma con la celebración de la llegada de la Cuarta Transformación al poder, saturada de mensajes redentores. Y también con las marchas que vestidas de blanco dieron rienda suelta a sus paranoias comunistas sobre el Paseo de la Reforma, cargando lo mismo pancartas que evocaban la justicia de Cristo Rey que cafés chai latte. En apariencia son grupos de mexicanos coloridamente antagónicos, pero desde mi resistencia sexual, tan cínica como los Mudhoney, encuentro fuertes coincidencias, como su conservadurismo indiferente a las discusiones del VIH en México.

Con todo y que fue un año complicado. Basta recordar la tensión propiciada por la enrarecida crisis de antirretrovirales que afectó a los sistemas de salud pública a principios de año, en la que las versiones oficiales, las simpatías y aberraciones políticas de activistas y los pacientes desinformados chocaron unos con otros, desatando un pantano de caos tan nublado por la histeria colectiva, que resultó sumamente complicado diferenciar los verdaderos casos de desabasto de antirretrovirales de los rumores. Y mientras escribo estas palabras al ritmo del Superfuzz Bigmuff (el álbum que contiene “Touch me I’m sick”) a todo volumen, veo en redes sociales fotografías que denuncian la falta de antirretrovirales en clínicas del IMSS, pero no puedo asegurar nada.

Cuando escucho al vocalista Mark Arm gritar: “Bueno, ya está: estoy enfermo y no me importa” vuelvo a convencerme de que el éxito de Mudhoney debería ser el himno de la lucha contra el VIH, pues es como una propagación sonora de la carga viral en un estado de pureza humana sin hipocresías ni disparos de conciencia, cuyas balas provienen de los rifles morales que se cargan los heterosexuales. La batería de Dan Peters, áspera y frenética, es una suerte de eco de los prejuicios que a pesar de los avances médicos, incluidos los avances en el polémico PReP, tratamiento preexposición al virus que inhibiría el contagio de VIH sin condón (no así con otras infecciones de transmisión sexual), siguen marcando el ritmo de la estigmatización, aunque Peters lo invierte, dándole un sentido de violenta confrontación, con uno mismo y con la sociedad que insiste en leer los padecimientos por contagio sexual como castigo por caer en la tentación de los placeres carnales.

Wenceslao Bruciaga


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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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