La disolución del tiempo como consecuencia del confinamiento por el covid-19 me orilló a recordar mi primera Marcha del Orgullo del entonces Distrito Federal, esforzándome hasta la esquizofrenia para no editarla con subjetividades cursis. Sé que ni siquiera estaba planeado. Iba con unos amigos, caminando en las periferias de la Zona Rosa como actividad física para aterrizar el cuadrito de ácido que nos habíamos metido la noche anterior en una rave. Básicamente estábamos volviendo a la cruda realidad a punta de sudor y agua, y agua mineral. Dimos vuelta a la derecha y ahí estaba el Ángel de la Independencia rodeado de remolques hasta la madre de banderas de arcoíris y hombres de torso desnudo. Me dio la impresión que las parejas de mujeres lesbianas preferían el pavimento, igual que los drags, pues suponía la única forma de presumir las suicidas plataformas de 15 centímetros. Era un último y nublado sábado de junio de mediados de los noventa en el que aún existía un café Vips frente a la rotonda del monumento. Entramos por unas tazas de café con leche. En ese entonces los Vips tenían fama de vender café barato con cargas de cafeína insalubres para el sistema nervioso, aunque medicinal para los coletazos del LSD. Creo que le decían la Jaula de las Locas, por aquello que eran tiempos infames en los que se normalizaba la ofensa y el vituperio en la convivencia. Recuerdo que un grupo de hombres iban uniformados con camisetas rosas y la palabra puto bordada en mayúsculas y azul celeste. Dos o tres años antes que el sencillo de Molotov revoloteara éxitos e indignaciones. Lo cierto es que en esa jaula se juntaban una marabunta de hombres orgullosos de su neurastenia amanerada y bigotonas para hacer el brunch antes de marchar con el orgullo oxigenando el pecho.
La marcha aún remolcaba insignias de protesta que habían moldeado su movimiento en los setenta y ochenta, mensajes contra la policía, investigación y dignidad alrededor del VIH, respeto a la diferencia, aunque la influencia de fiesta sajona ya era visible, en la música y la parafernalia de las drags. Pero sin tantas firmas haciendo marketing social. Como el año pasado, que acapararon el Paseo de la Reforma haciendo de sus políticas de inclusión laboral un burdo espectáculo que solo aseguraban ganancias económicas, con la misma destreza con la que se agregan letras del abecedario en las siglas del arcoíris. Si bien el planteamiento de verse representados me parece legítimo, sí que me resulta difícil separarlo de la voracidad del consumismo, que es capaz de ilusionarnos con frases pegadizas sobre la importancia de ser auténtico y romper esquemas binarios, a fin de consumar sus estudios de nicho de mercado. Veo más comerciales de objetos unisex que proyectos legales al respecto. Quién diría en esa para mi primera marcha, cuando cualquier logro constitucional sonaba a excentricidad europea, que más de 25 años después, los días del orgullo evolucionarían a un colorido y acomplejado escaparate de poder adquisitivo y nostalgias atragantadas. Como diría el teórico gringo Frederic Jameson: “Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.
El sábado 27 será el primer último de sábado de junio en el que no habrá multitudinarios desfiles de orgullo en México. Para suplir su ausencia se han organizado charlas y conciertos digitales desde casa, casi acaparada por activistas y estrellas de las redes sociales y canales del YouTube que monetizan cualquier indignación y protesta y, por lo mismo, su autocensura es constante, pues al parecer sin patrocinio no hay posicionamiento (...) Y como sucedía en los tiempos antes de los disturbios de Stonewall y la primera marcha del orgullo lésbico-gay del mundo, se organizan fiestas clandestinas para la noche de este 27 de junio, porque toda distopía tiene un grupo de personas que consignan la desobediencia civil y la resistencia desde la contracultura subterránea.
Como sea, con todas sus bondades, desfachatados comerciales, embajadores de plastilina, reinas de la marcha y las cirugías plásticas y los desamores aseñorados, los nuevos queers que aspiran a normalizar el lenguaje postestructuralista a lo bestia, la marcha del orgullo Lgbttti no volverá a ser la misma después de esta suspensión de la pandemia y sus secuelas que siguen definiéndose por la celeridad de la incertidumbre. La nueva normalidad impondrá nuevos criterios de convivencia sociales que terminarán impactando a las personas no heterosexuales. Y no quisiera terminar sin resaltar que se siente extraño hablar de una nueva normalidad, cuando en especial a los homosexuales, se nos acusa constantemente de ser anormales por aquello de enaltecer la sodomía a horizontes de orgullo, aunque más de 40 años después muchos gays sientan autovergüenza si quiera mencionarlo. Sirva este año de orgullo cero para reflexionarlo.
Twitter: @distorsiongay