A José Agustín, pintor teziuteco
El genio mayor del Renacimiento estuvo perseguido, entre otras cosas, por las Triadas. Es decir, tres lugares, tres pinturas femeninas, tres genios, tres personajes y tres amantes muy relacionadas entre sí que contextualizaron gran parte de su vida y de su genialidad. Florencia, Milán y Amboise (estancias cortas en Venecia y Roma, un tanto intrascendentes), son definitorias en su formación y en sus creaciones. En 1474, realiza su primera obra maestra femenina: “El retrato de Ginebra de Benci”, en Florencia. En 1490, pinta a Cecilia Gallerani en “La Dama del Armiño”, su segunda obra magistral femenina, en Milán. Y, en 1519, ya viviendo en Amboise, Da Vinci da los últimos retoques a su obra maestra femenina “La Gioconda” (iniciada en 1503), antes de fallecer el 2 de mayo de ese mismo año. Diez días después, es enterrado en la Iglesia de San Florentino del castillo real de la referida ciudad de Amboise.
En Roma, la animadversión y antipatía que se había establecido en Florencia y Milán, se recrudece y envuelve de forma definitiva la relación artística y personal entre los tres genios del Renacimiento: Leonardo (62 años), Miguel Ángel (39 años) y Rafael (31). Sus tres amantes que acompañarán a Leonardo Da Vinci en su desarrollo existencial y artístico, lo fueron: Francesco Melzi, Battista de Villanis y Gian GiacomoCaprotti, “Salai” (“Diablito”, el preferido).
Los tres personajes principales que van a influenciar y a promover a Leonardo, desde su etapa formativa a su desenlace creativo en el propio devenir de sus obras y de su propia vida, lo fueron: en Florencia Andrea del Verrocchio, célebre pintor y escultor, quien su taller le enseña, participa y despierta todos los conocimientos amplísimos y la interior genialidad de Da Vinci.
Ludovico Sforza, director de la ciudad-estado de Milán. Con su apoyo y mecenazgo capaz que le hace dejar para la posteridad y para la humanidad la otra gran obra maestra de Leonardo: EL excelso cuadro de “La Última Cena”, 1595, en el comedor del convento Santa María delle Grazie. Y Francisco I, rey de Francia, quien lo venera y le hace pasar la última etapa de su existencia de la forma más holgada, serena y grata. Llena de una dulce y agradecida existencia sin apuros materiales y, “rodeado por “La Gioconda”, “San Juan Bautista” y “La Virgen y el Niño Jesús y Santa Ana”, obras esenciales que sigue retocando hasta su último día” (“Leonardo Da Vinci”, Los misterios de un genio a cinco siglos de su muerte. “Proceso”).
Se dice de Da Vinci que: “Su asociación histórica más famosa es la pintura. Dos de sus obras más conocidas, La Gioconda y La Última Cena, copiadas y parodiadas en varias ocasiones, al igual que su dibujo del Hombre de Vitruvio, que ha llegado a ser retomado en numerosos trabajos derivados. No obstante ello, únicamente se conocen alrededor de 20 obras suyas, debido, principalmente, a sus constantes (y a veces desastrosos) experimentos con nuevas técnicas de diseños y rasgos de ilustraciones y, a su inconstancia y rebuscada crónica. Pero, con todo, este reducido número de creaciones, junto con sus cuadernos con dibujos, diagramas científicos y reflexiones sobre la naturaleza de la pintura, constituyen un gran legado artístico, pictórico y humanista para las sucesivas generaciones de artistas”, (Wikipedia).
La vida y obra del máximo genio del Renacimiento Italiano, por su creación multifacética y por la extensión y dispersión de sus apuntes, notas, ensayos, dibujos, bocetos, y en general escritos; hace muy difícil analizar y sintetizar lo trascendente y genial de sus creaciones y aportaciones. No obstante, es necesario y obligado el efectuarlo o, al menos intentarlo, por su gran legado a la humanidad. Continuaremos en ese quehacer y en esa noble tarea…