“Aquiles y Máximo, entendiendo que iba a comenzar la parte más sangrienta del drama que vivíamos, tomaron sus disposiciones finales, parapetando a sus 16 amigos en las alturas de la finca, detrás de los tinacos o bien cubriéndose con las cornisas de la azoteas(…) Aquiles y yo estuvimos combatiendo como media hora en la azotea, pero bajamos a la ventana de la casa para defender el frente de ésta. El combate se generalizó a las ocho y media, hora en que se me ocurrió hablar al pueblo, al que grité cuanto pude (continúa narrando la heroína Carmen Serdán) enseñándoles mi carabina. Si no recuerdo mal, dije así: ‘¡Vengan! ¡Por ustedes lo hacemos! ¡La libertad vale más que la vida! ¡Viva la no reelección!’”.
“(…) A las diez y media, Aquiles se acercó para decirme: Carmela, ya no han de tener parque en la azotea. ¿Quién podrá llevarlo?’. ‘Yo, Aquiles -respondí-, yo lo llevaré’. Abrí una caja, tomé el parque, lo puse en la falda de mi vestido blanco y subí hasta las azoteas. Efectivamente, las municiones se habían agotado y la defensa con alguna debilidad. Repartí el parque y ya me retiraba, cuando al atravesar hacia las escaleras, los federales que no podían descubrir a ninguno de los nuestros, reconcentraron sus fuegos sobre mi silueta que brillaba a la luz del sol. Una bala atravesó mi peinado y otra vino a tocarme en la caja del cuerpo, penetrando en mi costado izquierdo y saliendo por el derecho. Sentí que iba a caerme pero una voluntad suprema me sostuvo y quedó materialmente rojo mi vestido a consecuencia del abundante derrame de sangre”.
“(…) Cuando volví a subir, los federales estaban en la azotea y me dio la corazonada de que Máximo había muerto. Bajé y le dije a Aquiles: ‘Ya Máximo acabó. Los federales están en la azotea’. No me olvidaré nunca de la mueca que hizo al oír esto. Dejó de disparar y puso su carabina en un rincón (…) Roto el zaguán a tiros, penetraron los federales a la casa y el Jefe Político Joaquín Pita, llegó hasta donde nos hallábamos (…) nos llevaron en un coche cerrado a la cárcel (…) Durante tres días permanecí sin comer (…) nos llevaron a declarar (…) vuelvan la vista a la derecha (…) y al ver los cadáveres ensangrentados de Aquiles y Máximo en una camillas, mi cuñada sufrió un síncope y se desplomó en tierra sin sentido”.
“(…) Poco después supimos cómo había muerto Aquiles. En el frío sótano donde se escondió apenas podía caber sentado. La fatiga del combate lo había hecho sudar copiosamente y al quitarse el abrigo sufrió algún enfriamiento que en ese lugar se convirtió en una pulmonía fulminante. Al paso de la medianoche, no pudiendo resistir la falta de aire, comenzó a toser y, habiéndolo escuchado los hombres de guardia que se encontraban en el comedor, en cuyo piso se hallaba el pequeño sótano cubierto con una alfombra, un oficial de gendarmes se acercó, levantó la tapa del sótano y le hizo fuego a quemarropa. Por eso la bala penetró por la parte alta del cráneo de Aquiles y le salió en el cuello. Ya muerto, su asesino tiró de su cuerpo y lo sentó en una silla, quedando recostando sobre el mantel que se manchó de sangre”. (Rojas, F.M.A; Palou, P.P. y Bacre, P. V. M.; “Encuentro con la Historia Puebla a través de los siglos, Investigaciones y Publicaciones, A.C. III Tomo. 2015).
Víctor Bacre