El aceite de coco es un aceite de cocina cada vez más popular. Mucha gente lo alaba por sus beneficios para la salud, como sus propiedades antimicrobianas y antioxidantes, la mejora de la piel y la salud bucal, y su potencial para perder peso.
El aceite de coco tiene un alto contenido en grasas saturadas y, por tanto, puede elevar las concentraciones de colesterol sérico, pero también se han sugerido efectos benéficos sobre otros factores de riesgo cardiovascular.
Estas afirmaciones suelen estar respaldadas por los avales de los famosos y reforzadas por los defensores de dietas populares como la cetogénica y la paleo, con poco apoyo de las pruebas científicas. Por otro lado, y para aumentar la confusión, es posible que haya visto titulares que califican el aceite de coco de “puro veneno”, lo que implica que no debería consumirse en absoluto. Dadas estas afirmaciones contradictorias, una cuestión de gran interés público y científico es si hay lugar para el aceite de coco en una dieta saludable.
La estructura del aceite de coco es similar a la de la mantequilla, por lo que al cocinar y hornear no se descompone con el calor y produce resultados como una corteza crujiente en los panes, por lo que puede ser una opción para las recetas vegetarianas cuando se utiliza con moderación. Lo ideal es buscar aceite de coco virgen puro que no haya sido procesado químicamente ni hidrogenado. Es estable durante varios años si se almacena en un lugar fresco y seco.
Diferentes investigadores han descubierto que el consumo de un tipo de grasa saturada en el aceite de coco, llamada MCT, puede aumentar el número de calorías que se queman. Sin embargo, aún no está claro si el aceite de coco en sí tiene este efecto.
Una característica interesante de los MCT es que pueden ayudar a reducir la ingesta de alimentos. Esto puede estar relacionado con la forma en que el cuerpo los descompone. Una parte de los MCT que se consumen se descomponen en un proceso que produce unas moléculas llamadas cetonas. Las cetonas reducen el apetito actuando directamente sobre los mensajeros químicos del cerebro o alterando los niveles de las hormonas que inducen el hambre, como la grelina.
Las guías alimentarias para los Estados Unidos recomiendan no consumir más del 10% de las calorías totales de las grasas saturadas y la Asociación Americana del Corazón (AHA) publicó una declaración de asesoramiento científico en la que recomendaba sustituir las grasas saturadas de la dieta, incluido el aceite de coco, por grasas insaturadas. En su declaración, la AHA citó y discutió una revisión de siete ensayos controlados aleatorios, en los que se encontró que el aceite de coco aumentaba los niveles de colesterol LDL.
En los últimos años, el aceite de coco se ha promocionado como beneficioso para la salud del corazón. Esto se debe a que algunas pruebas sugieren que puede reducir los niveles de colesterol LDL (malo) y aumentar los niveles de colesterol HDL (bueno).
Sin embargo, las pruebas sobre los efectos del aceite de coco en los niveles de colesterol en sangre son contradictorias. Otras investigaciones han determinado que, en realidad, puede aumentar significativamente los niveles de colesterol LDL (malo), lo que incrementa el riesgo de padecer enfermedades cardíacas. El consumo de aceite de coco da lugar a un nivel de colesterol LDL significativamente mayor que el de los aceites vegetales no tropicales. Esto debería ser de ayuda para decidir sobre las opciones de consumo de aceite de coco.
Según la evidencia actual, el aceite de coco no es ni un superalimento ni un veneno.
Más bien, su papel en la dieta se sitúa en un punto intermedio. El aceite de coco tiene un sabor único y es mejor consumirlo en pequeñas cantidades, como alternativa periódica a otros aceites vegetales como el de oliva o el de canola, que son ricos en grasas insaturadas. Esta elección dietética debe hacerse en el contexto de un patrón dietético general saludable y dentro de los límites recomendados para el consumo de grasas saturadas.
Víctor Andrade Carmona