Es apenas un niño, recién cumplió 10 años de edad y todo parecía normal, pero ocurrió lo que ningún niño desearía, un golpe de la vida atravesó su corazón, sus sueños, su derecho a crecer en la fraternidad de una familia.
Es Pablo, originario de Guadalajara, quien intentaba continuar la escuela desde casa en pleno proceso de duelo por la reciente muerte de su padre víctima de Covid-19. Solo le quedaba mamá, quien se encontraba intubada ya desde hacer varias semanas.
Pablo le contó a su abuela, que lo cuidaba, que obtendría las mejores calificaciones para que mamá estuviera feliz cuando regresara a casa; mamá nunca más volvió, se convirtió en una victima más de Covid-19.
Y ahora, ¿qué sigue? ¿quién va a acompañar ese gran dolor y vacío afectivo del pequeño Pablo?
Este es un caso real que me impactó fuertemente, al tiempo que en el Telediario de Multimedios Televisión, el cual conduzco, presenté el caso de una madre en Nuevo León, quien abandonó a su bebe de meses en un bote de basura. ¡Que ironías de la vida!
Según el más reciente estudio de la revista científica Lancet, México es el país con más huérfanos en el mundo a causa del Covid-19 con 131,325 infantes.
El estudio se realizó en 21 países, donde un total de 1.1 millones de infantes perdieron al menos a uno de sus padres en el periodo de marzo de 2020 a abril de 2021.
Esto significa un grave problema para nuestra sociedad si lo sumamos a los miles de niños que ya se encontraban en situación de violencia y abandono desde antes de la llegada de la pandemia.
Sin padres, con un rezago educativo fatal, y lagunas emocionales derivadas de la ausencia de contacto físico e interacción social con otras personas, como consecuencia de las medidas sanitarias impuestas, se antoja desolador el escenario para los miles de niños que son el futuro de México.
Algo debemos hacer para salvar la triste infancia que se vive en nuestro país; ellos no morirán ahora, sin embargo, ¡pobres recuerdos! con una infancia tan triste, el ser humano queda marcado de por vida. Por otro lado, observo en el día a día mujeres y hombres llevando vidas desventuradas, porque los recuerdos de abandono vienen a sus mentes aflorándoles en el peor instante, dañándoles el momento.
Si evadimos esta realidad, y no hacemos algo por esos hijos en orfandad seremos testigos y cómplices de su incorporación a la delincuencia y las adicciones con el único objetivo de sobrevivir y sobrellevar esa vida de desamparo.
¿Y ahora? ¿Qué vamos a hacer? ¿Quién le va a entrar al reto de salvar las vidas de estos niños inocentes?
Es necesario enfocarnos no solo en las causas sino en las consecuencias. Está comprobado que la muerte de padres o cuidadores aumentan el riesgo de problemas de salud mental, violencia física, emocional y sexual además de generar serias dificultades económicas para la familia.
El gobierno debe poner énfasis especial en estos niños ofreciendo programas y alternativas, pero somos también nosotros, la sociedad, quienes tenemos la responsabilidad de ser empáticos y asumirnos como parte de la solución a un problema colectivo. La adopción y el apoyo directo a las víctimas o a través de asociaciones podrían abonar a una mejoría, pero además brindarle cobijo y contención a esta población que ahora tanto lo requiere.
Por ello, las próximas respuestas a la pandemia se reforzarán si se vigilan los casos de orfandad para de esa manera, medir la necesidad y brindar plataformas de solución.
Mientras eso sucede, ojalá que como sociedad encontremos también palabras amables para ellos, aunque sean cortas; uno nunca sabe cuan infinito puede ser el eco que cause en ellos y cuanto podríamos alcanzar a tocar la vida de una persona para fines positivos.
@VeroSanchez_TV