Política

Liberarse de apegos

  • La pluma en el mapa
  • Liberarse de apegos
  • Verónica Sánchez

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Esta columna de hoy surge de un encuentro que tuve con mi madre durante su visita a la Ciudad de México.  Ella duerme, yo la observo y presto atención al latido de su corazón, un corazón más vivo que nunca. Me invade un sentimiento tan profundo de nostalgia que carece de palabras para explicarlo, pero sé que es la manifestación palpable de ese vínculo activo de madre e hija. Imagino que estuve en su vientre, que mi sangre viene de ella y así como en algún momento fuimos un único y mismo ser, también, algún día, espero lejano habrá despedida.

¿Cómo será cuando ese corazón, o el mío dejen de latir? Me conmueve y me provoca una enorme reflexión sobre la vida y la muerte. No me gustaría quedarme con nada pendiente de haber dicho, hecho, expresado, sentido cuando alguna de las dos no esté. ¡Siento la necesidad de abrazarla y que sienta mi amor, ese que ella impulsó!

Es una incitación a honrar ese sagrado y preciso momento cuando tengo en vida al ser que me la dio. Me esfuerzo para que esta experiencia me alcance y cumplir ese propósito que elijo a consciencia.

¡No hay necesidad de la eternidad! Hay quienes dicen que el mejor invento de la vida ha sido la muerte porque nos hace consientes de que esta experiencia física es finita, que va terminar y hay que aprovecharla al máximo tanto para disfrutarla y desarrollar nuestro potencial así como apoyar a los demás.

Esta certeza de que la vida se termina es también un buen recordatorio para asumir en cuerpo y alma la oportunidad de amar. 

 

Hoy más que nunca en esta desafiante crisis de salud mundial que atravesamos, valdría la pena hacer un reordenamiento de las construcciones afectivas que hemos elaborado a lo largo de la vida.

Observo con tristeza el aumento de muertes cada vez más atroces sin la oportunidad de despedidas y en un tránsito acompañado de angustia.

¿Qué decir de las decenas de miles de desaparecidos en nuestro país cuyos familiares viven con la esperanza de encontrar por lo menos un cadáver del cual poderse despedir y sepultar? ¡Pero ni eso! Para muchos deudos no hay rito con el cual confrontar la pérdida, no hay exposición previa a la separación.

Por tanto, entre duelos que hoy nos desbordan por pérdidas humanas, sociales, culturales, laborales, económicas creo que en lo más íntimo hay algo muy profundo que nos impacta y nos afecta, que nos conmueve y nos provoca, y que es el miedo a sentirnos rotos y no haber hecho lo suficiente con y por nuestros seres queridos en esta vida cuya velocidad se nos impone. 

Muchas veces la pérdida puede llevar a una discrepancia tan profunda en la propia coherencia interna, que el individuo pierde su propio sentido y experimenta una transformación de identidad.

Aunque es cierto que del dolor nadie se libra y cuando no se le hace frente se entierra en el pecho, la buena noticia es que tu que me estás leyendo y yo escribiendo estas líneas, tenemos todavía la oportunidad de acomodar piezas y preparar nuestra partida.

Si el dolor lo permitiera podríamos entender que de los vacíos nacen fortalezas y que probablemente sentirnos incompletos es una forma de desarrollar resiliencia.

Aunque estoy cansada de ver tantas partidas, me queda claro que el proceso de un duelo es también abrir la puerta a ciclos que nos lleven a un conocimiento de nuestro cuerpo, mente y alma más profundo.

Verónica Sánchez

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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