‘’Al no tener pechos, mi corazón quedó de frente’’ me dijo Sandra Monroy, una mujer de 36 años, comunicóloga y fotógrafa a quien conocí a través de una entrevista para el Telediario. Sandra fue diagnosticada con cáncer de mama en marzo de 2021 y cuatro meses después, en julio, le habían extirpado ambos senos. Aún con la posibilidad de realizarse una reconstrucción de mamas, abandonó esa opción y optó por reconstruir su mente para luchar por la libertad de su cuerpo.
Aunque sigo sin entender la ecuación de cómo la vida nos puede arrebatar tanto y sin piedad, de Sandra aprendí que RESIGNIFICAR en lugar de RECONSTRUIR es también un camino hacia la plenitud.
Ante la incertidumbre, la renuncia y una pérdida brutal, la discusión de Sandra va más profundo, rebasa al propio cuerpo y confronta tabúes en torno a la naturaleza femenina. Me conmueve su plenitud aún sin poseer uno de los rasgos mayormente asociados con lo femenino. Ella decidió mostrar públicamente sus heridas y cicatrices para ponerlas al servicio de los demás como testimonio y recordatorio de la autodeterminación femenina, tanto en la vivencia como en la expresión. Se habla poco de un cuerpo después del cáncer y mucho sobre los parámetros físicos aceptados. Lamentablemente la sociedad estereotipa modelos que muchas veces van por encima de la vida, pero considero que ya no estamos en tiempos para tapar realidades que nos están rebasando.
Escucho a mujeres y en ocasiones a mi misma decir ‘’estoy subida de peso”, “no soy suficiente”. Muchas caen en el abismo de revisar cada centímetro de su cuerpo para saber qué pueden hacerse, cómo deben verse, qué deben aumentar, qué reducir, sustituir, etc.
En esta búsqueda de aceptación y reconocimiento se muestran versiones más osadas de sí mismas que compiten con anatomías y desempeños ajenos. La paradoja está en que por más ejercicio y creatividad, sigue existiendo el sentimiento de rechazo y vacío.
¿Cómo reafirma una mujer su feminidad, su poder natural, su existencia y valor? Necesitamos más consciencia para más vida, y que no sean los complejos y heridas los que nos impidan encontrar la plenitud. Deberíamos más como mujeres y como sociedad en tocar la sensación de aceptación y el gozo por nosotras mismas.
Para muchas personas las cicatrices son una causa de incomodidad, ansiedad e incluso de vergüenza. Según un informe de la British Skin Foundation, el 72% de las personas con cicatrices visibles o afecciones cutáneas afirman que éstas afectan su confianza en sí mismas.
Sin embargo, las cicatrices debieran significar la prueba de batallas superadas. En muchos casos, como el de la propia Sandra, son la evidencia de haberle ganado a la muerte y mantener la vida.
Son un símbolo de curación y de recuperación. Debemos empezar a ver nuestras cicatrices, visibles e invisibles, no como un defecto, sino como una prueba de nuestra fortaleza y capacidad de resiliencia, un recordatorio físico y mental de que, tras haber tenido que librar una dura batalla nos hemos vuelto a levantar.
Qué más hermoso que recordarnos ante cualquier adversidad que fuimos capaces de ganarle a la muerte, o simplemente que somos capaces de vencer cualquier obstáculo y superarlo. Habla de nuestra capacidad de lucha, de nuestra fortaleza, de nuestra resiliencia y de que amamos tanto la vida que luchamos por ella. Esas cicatrices son señales de que no nos vencemos por más grande que parezca el obstáculo, que cuidado con nosotras porque no nos dejamos, pero que también pueden contar con nosotras, que somos confiables para acompañar a otros en su proceso de sanación. Todo aquello que nos permita evolucionar requerirá de un grado importante de consciencia, la vida se va rapidismo, habrá que reparar más en hacerla valer.
Verónica Sánchez Saldaña