Esta columna la escribo conmocionada después de escuchar la desgarradora historia de Drayke Hardman, un estudiante del condado de Tooele en Utah, quien falleció el 10 de febrero de este 2022. El niño tenía tan solo ¡doce años! y terminó con su vida tras ser víctima de acoso durante varios meses por un compañero de clase. A pesar del conocimiento de los padres sobre la situación que el menor atravesaba, e incluso estando en contacto con las autoridades escolares, un día Drayke se ausentó de su clase de baloncesto y fue ahí cuando intentó quitarse la vida. Sus hermanas lo llevaron al hospital, pero murió al día siguiente.
La historia de Drayke vuelve a traer a la mesa el debate sobre el acoso escolar, mejor conocido como ¨bullying¨ el cual sufre un niño o niña por sus compañeros debido a su aspecto físico u otra condición no aceptada.
El bullying es silencioso, pero real. Tiene el poder de lastimar cruelmente y generar un profundo dolor; yo me pregunto ¿por qué Drayke, de doce años, quien aparentemente fue amado por sus padres y se formó dentro de una familia funcional, pudo pensar que la vida era tan difícil que optó por desaparecer de ella? Si para él fue difícil, ¡no quiero pensar lo que sería para aquellos niños que no cuentan con el apoyo de sus familias!
En México, más de 18 millones de alumnos de primaria y secundaria son víctimas de bullying según un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). En 2019 nuestro país se posicionó en el primer lugar a nivel mundial con casos de bullying; el 40.24% de los estudiantes de primaria y secundaria declaró haber sido víctima de acoso, el 25.35% recibió insultos y amenazas, mientras que un 17% golpes y 44.7% dijo haber tenido experiencias de violencia verbal, psicológica y física.
Desde este enfoque, el bullying es un asunto que nos compete a todos, una agenda pendiente que cada vez requiere mayor urgencia y que no distingue entre países o niveles socioeconómicos.
Los focos rojos son la falta de adultos comprometidos con el bienestar de los menores y la carencia de límites cuando se presentan comportamientos violentos. Especialistas explican que hay síntomas del bullying que no se manifiestan desde la observación directa ya que generalmente el acoso se da clandestinamente en los lugares menos vigilados dentro del espacio de trabajo como los baños, los pasillos o el patio de la escuela. De ahí que el factor esencial para erradicar dicha problemática es la comunicación con los menores.
La infancia y adolescencia son etapas donde se forjan los vínculos del amor, la comunicación, el respeto y la empatía. Están determinados en gran medida por los padres, mentores y profesores quienes asumen un papel esencial en la construcción de la vida de los niños, que enfrentan un universo difícil y frágil que es la vida misma.
El mundo actual es competitivo, sí, pero muchas veces se excusa al bullying con el ‘’defiéndete ‘’ ó ‘’no te dejes’’ lo que resulta en severas situaciones de violencia que pueden llevar a la muerte. ¿Qué tuvo que pasar para que un niño de 12 años se atara una capucha al cuello y se quitara la vida? ¿Dónde estamos los adultos cuando los niños sufren este fenómeno? Quiero pensar que el acoso escolar es un llamado, un grito dirigido a los adultos que nos invita a sensibilizarnos e intermediar, pero para ello necesitamos ser conscientes de la magnitud y fuerza que conlleva.
Para que exista el bullying se requiere de un agresor y una víctima, sin embargo, siempre hay un tercer participante, el testigo. Estos pueden participar directa o indirectamente, ya que pueden ser espectadores, abonar a los agresores con burlas, divertirse observando la escena o simplemente quedarse callados sin hacer nada para impedirlo. Esta última reacción frecuentemente se da en ámbitos de la vida pública.
En ese sentido, necesitamos prestar atención a esta problemática y darle otra mirada al tema del acoso escolar. No solamente con la mediación o actualización de las leyes o los reglamentos, sino con el diálogo y la palabra. Padres, abracen a sus hijos, enséñenlos a amar y hagan que se sientan amados.
Verónica Sánchez
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