Cultura

Soplo de vida

Casi todo lo aprendemos. Casi. Por instrucción o por imitación el ser humano llega al conocimiento necesario para la adquisición de aquella destreza, técnica o práctica que le permitirán vivir y subsistir en el planeta tierra. A respirar no.

En el momento del nacimiento, cada ser humano suelta un impulso primario que llamamos llanto y nuestro sistema respiratorio se encarga que jales la bocanada de aire y respires ¡Ah!

Una acción autónoma de nuestro cuerpo, es decir, que no te pregunta ni te consulta si estás lista o listo para recibir el soplo de vida, tu voluntad no interviene, simplemente sucede.

Son de las poquísimas cosas en las que no intervenimos las madres en nuestras hijas e hijos con discapacidad para propiciarles calidad de vida ¡Qué alivio!

Creamos y/o propiciamos espacios, acciones y servicios en la sociedad, con elementos accesibles y con inclusión social para la participación autónoma, independiente y productiva de nuestros críos que viven con la condición de discapacidad. 

Al menos, ese es nuestro impulso.

Pero nuestro deseo y acción, en ocasiones sobrepasa los límites de la intimidad de la otra y del otro, y de repente nos encontramos en la trampa de querer ahorrarles todo esfuerzo, toda pena, todo riesgo incluso respirar por ellos ¡Ups!

A que nos ha pasado. Nos lo han dicho y en otras veces nos hemos cachado haciéndola de mamá cuerva y jefa del nido. 

Una tentación irresistible, que, de no ser por el alto claro que ponen nuestras hijas e hijos con discapacidad respecto a su vivir no paramos.

Ante la conmemoración del Día de la Prevención del Suicidio, los factores protectores y factores estresantes o de riesgo serán un ejercicio sano y honesto que podríamos hacer todas y todos quienes tenemos en casa a una persona con discapacidad y cuestionarnos a qué bando pertenecemos.

Sí. No todas las madres ni todos los padres (o tutores) pertenecemos al equipo de los factores protectores, lamentablemente, y es por ahí, que podemos propiciar la primera y mayor acción de prevención no solo para evitar ideas e intentos suicidas, algo mejor, que nuestras hijas e hijos con discapacidad se mantengan vigorosos gracias a aquel soplo de vida.

El fenómeno del suicidio se presenta por causas multifactoriales, eso es oportuno recordarlo. 

Una sola causa no explicará el suceso, eso es claro, pero los entornos inmediatos, cercanos y primarios donde se desenvuelve el ser humano serán determinantes para su propósito de vida. Infancia es destino.

A quién admiran, por quién suspiran, qué o quién es hoy su soplo de vida.

¿Nosotras, sus madres? ¡Ba! Que buen chascarrillo ¿Sí? En serio ¿sí? Ups.

La formación de una personalidad propia en la etapa de la pubertad es complicada para ellas y para quienes vivimos con ellas. Negar o ignorar su autonomía para formar sus propios intereses, aficiones y gusto, lo hace más complicado.

Por cultura o por tradición, las madres nos hemos creído que somos o debemos ser el centro en torno al que gire la vida de las personas con discapacidad. 

Cuidadoras primarias o no, es un desafío ver una otra o un otro en nuestra hija o nuestro hijo con discapacidad.

Conocer y reconocer el límite de mi autonomía y la de mi hijo con autismo, por ejemplo, significa un profundo y honesto ejercicio de salud mental que redundará en un propósito de vida propio y no dependiente de la cuidadora o del cuidador.

Que la prevención del suicidio nos ubique a las cuidadoras y/o cuidadores primarios como custodios del soplo de vida que nuestras hijas e hijos con discapacidad son responsables de mantener. 

No más. Primero persona.


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Verónica Rocha
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