La pandemia de coronavirus nos ha dejado varias lecciones que no deberíamos olvidar. Nos ha presentado lo peor y lo mejor de nosotros mismos y, a su vez, varios acontecimientos relacionados con la sustentabilidad. Con relación a lo primero, y ejemplificando lo más execrable del nacionalismo xenofóbico, varios alcaldes de algunos países de América Latina, atribuyéndose facultades para las que no están habilitados legalmente, expulsaron a turistas que habían llegado a gastar dinero para beneficio de las comunidades locales o impidieron la llegada de otros. Un caso fue el de la presidenta municipal de Guayaquil, Ecuador, quien llenó la pista del aeropuerto de la ciudad para impedir la entrada de aviones españoles. Éstos no llevaban pasaje (solo nueve tripulantes) y su única misión era evacuar españoles que se habían quedado sin otro medio para regresar a su país. Otro caso fue el del intendente (así se llaman allí) del municipio de Iruya (Argentina), que tiene al turismo como su principal fuente de ingreso. Decidió desterrar a 26 visitantes del lugar, buscarlos en donde estaban alojados, subirlos a un camión de redilas y abandonarlos en un municipio del estado vecino. En contraste con estos hechos, en todas partes se han dado muestras de comportamiento solidario y de apoyo a las víctimas de este mal.
Pero lo más interesante han sido las secuelas un tanto inesperadas, en especial con relación a la sustentabilidad. Los mapas satelitales muestran, por ejemplo, que la atmósfera de Wuhan (el origen de la pandemia) aparece libre de contaminación; asimismo, que los canales de Venecia, de agua casi siempre turbia, se han limpiado. Estos dos fenómenos certifican, una vez más, la responsabilidad humana en la contaminación ambiental.
Además muestran el escaso compromiso político en el combate al deterioro del ambiente, cualquiera que sea la región del mundo en que reparemos. Pasada esta crisis, es de esperar que las fuerzas sociales y los gobiernos se aboquen a la búsqueda y aplicación de políticas de sustentabilidad adecuadas
JOSÉ MARÍA INFANTE BONFIGLIO