Leo en los diarios críticas a la prohibición de usar bolsas de plástico de un solo uso en las tiendas y los supermercados. Los argumentos a favor y en contra de la misma me parecen exagerados. Más que el impacto real que puedan tener sobre el medio ambiente, las bolsas de plástico se han convertido en un símbolo de la forma en la que contaminamos día a día al consumir.
La prohibición llega con años de retraso. En decenas de países se prohíbe que las tiendas den una bolsa o cobran por ellas desde hace mucho. Aunque el monto cobrado sea pequeño, poco a poco se va desincentivando su uso y paulatinamente se crea conciencia. En su momento, la norma se presentó con bombo y platillo como un paso hacia delante en la protección del ambiente, pero no hubo una campaña para preparar a la población, ni a los usuarios ni a los comercios. Los consumidores bien podríamos acostumbrarnos a usar bolsas reutilizables usándolas tantas veces como sea posible.
Suponiendo que la medida sea exitosa, y espero que lo sea, no es realista esperar enormes cambios. Dejar de usar bolsas de plástico (así como popotes, envolturas, empaques, platos y cubiertos desechables y demás) es solo un pequeño paso. Un paso que implica cambiar sustancialmente nuestros hábitos de consumo y nuestra conducta. No es tarea menor, pero el daño al medio ambiente no se reparará con eso. Habría que cambiar los métodos de producción mundial que están basados en el uso de combustibles fósiles altamente contaminantes.
En México se respeta poco el medio ambiente. Más allá de la falta de conciencia cívica al respecto, la política pública no tiene la menor consideración por el mismo. En realidad, no importa el discurso, importan los hechos. Hoy México tiene entre sus principales proyectos de inversión al menos dos con un enorme potencial de daño. En primer lugar, la refinería de Dos Bocas, proyecto que no es rentable prácticamente bajo ningún supuesto, que está destruyendo una enorme extensión de manglar, que mira hacia el pasado y supone seguir produciendo con los métodos del siglo pasado. De poco sirven los avances tecnológicos y la disminución en el costo de generación de energía renovable si la principal apuesta de inversión pública de esta administración va dirigida a seguir quemando combustibles fósiles sin importar la destrucción asociada de la zona.
El otro proyecto importante es la construcción del Tren Maya. Tampoco es un proyecto rentable —solo un tramo podría serlo— y los expertos ambientales dicen que tendrá un impacto nocivo sobre un ecosistema frágil. Con estos dos proyectos como bandera de la inversión pública, nadie puede llamarse a engaño y pretender creer que a esta administración le importa el medio ambiente. Vale la pena agregar que quizás a ninguna le ha importado.
Pero los ciclos electorales son de corto plazo. Pocos políticos tienen la altura de miras para pensar más allá de las siguientes elecciones, pocos piensan en el impacto que tendrán sus decisiones en las generaciones subsecuentes. Sigamos discutiendo sobre las bolsas de plástico, sigamos pensando que los problemas complejos se resuelven con soluciones fáciles. Eventualmente nos daremos cuenta que las soluciones fáciles no existen.
@ValeriaMoy