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Este año fue malo en términos de crecimiento económico. Jamás diría que se trató de una crisis, pero México no puede darse el lujo de mantenerse estancado mucho más tiempo, con crecimientos per cápita negativos. Si bien hablar del crecimiento del PIB no es, ni de lejos, hablar de bienestar, la evidencia empírica muestra que el progreso y la producción están correlacionados. Vemos, por ejemplo, que los estados del país que más progreso social muestran —Nuevo León, Querétaro y Aguascalientes— han crecido de forma sostenida (por lo menos durante los últimos cinco años) por arriba de la media nacional; mientras que los que muestran más rezago en progreso —Chiapas, Guerrero, Oaxaca— se encuentran consistentemente por debajo del promedio, exhibiendo con frecuencia tasas de crecimiento negativas.

El TLCAN trajo beneficios para el país, sin negar, desde luego, que el comercio puede haber traído consecuencias negativas para ciertos sectores específicos. Pero uno de los beneficios de los que quizás se habla menos no está relacionado directamente con el comercio. Se refiere, más bien, a la protección —en el mejor sentido de la palabra— que las reglas claras, transparentes y sobre todo constantes le dan a la inversión. Quizás el mayor beneficio que ha traído el TLCAN ha sido la consistencia de las reglas del juego que, al formar parte de un tratado internacional, no están sujetas a los caprichos de los gobernantes en turno.

El año que termina se caracteriza justo por lo contrario. Durante 2019, aunque empezó el año anterior, cambiaron continuamente las reglas del juego, pero en juegos que ya habían empezado, incurriendo en grandes costos directos e indirectos, miles de millones de pesos tirados a la basura, y en una enorme pérdida de confianza. Me gustaría pensar que el cambio se debió al combate a la corrupción, acorde a la narrativa presidencial, pero no hay una sola evidencia de eso; incluso las adjudicaciones directas —ese mecanismo tan propicio para las malas prácticas— se ha incrementado en relación al sexenio previo, ese sexenio plagado de corrupción.

En las últimas semanas ha habido algunos avances relevantes en materia comercial y en el camino hacia la ratificación trilateral del nuevo TLCAN, el TMEC. En gran parte, el TMEC es el TLCAN actualizado, con algunos cambios que beneficiarán y otros más que perjudicarán a la industria mexicana. Sin embargo, así como el TLCAN no resolvió todos los problemas del país (no tenía por qué hacerlo), no podemos esperar que el TMEC lo haga. No obstante, la eventual ratificación de este acuerdo quitará un factor de incertidumbre que ha estado flotando en el ambiente desde la campaña presidencial de Donald Trump.

El presidente de México podría aprovechar el oxígeno que le brinda el TMEC. El ánimo puede cambiar cuando se elimine este pendiente y AMLO podría acompañar ese cambio anímico para impulsar los cambios necesarios para dar certidumbre a la inversión y empujar el crecimiento económico. Sin embargo, dadas las recientes decisiones en materia energética —electricidad y petróleo— dudo que el presidente se dé cuenta. Es una enorme oportunidad. Creo que, lamentablemente, será otra que dejaremos ir.

¡Felices fiestas!

@ValeriaMoy

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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