Estamos en temporada de cosecha de candidatos. A la mitad de este año 2021 ocurrirá la elección más voluminosa de la época moderna de México. Por lo tanto, habrá miles de candidatos para elegir de entre ellos a gobernadores (17), diputados locales y federales, alcaldes y regidores.
Hace algunas décadas una candidatura era suficiente. El candidato del PRI a cualquier puesto era el ganador. También existía un solo elector. El presidente o gobernador con su poder elegía a quien consideraba, convenía o debía. Un caricaturista le llamó “dedazo” y eso satanizó un proceso que tenía incluso una pizca de sabiduría, talento y mucha información.
El procedimiento naturalmente no era democrático, pero fue base del equilibrio político en un sistema muy mexicano. El mayor mérito era la aceptación generalizada. Como cualquier engrane desgastó su engarce. El abuso, descaro y positivas inconformidades abrieron paso a paso hacia el sistema actual de franca competencia; también imperfecto.
Hoy vemos una feria. Todos los partidos sufren tormentosos procesos para elegir a sus candidatos. En Morena el fenómeno se desborda por un espejismo; en la última cosechó posiciones sin méritos. Bastó con montarse en la franquicia. En una democracia exigente las candidaturas no se improvisan. Son la culminación de una obra desplantada piedra por piedra. Son proyectos comunes que tienden a expandirse y arrastrar mareas. Un candidato es un producto político que se ofrece a los ciudadanos. Es un esfuerzo por atraer afinidades.
Una candidatura no es un derecho; tampoco un trofeo a la popularidad. Por ello el siguiente paso hacia la madurez de una democracia será la capacidad del pueblo para elegir al mejor.
