Todo es más fácil si tiene un nombre. Todo dolor es más soportable si viene con una etiqueta clínica. Todo es más asimilable si un desconocido en TikTok, con voz pausada y una mirada compasiva de gurú de autoayuda, te dice que lo que te pasó no fueron consecuencias de tus propios actos, sino que fuiste víctima de un “alguien” con algún “trastorno”. Entonces te quedas ahí, con el celular pegado a la cara, creyendo que la revelación llegó en un video de 90 segundos.
Si está en TikTok debe ser cierto. Te aferras a esa idea como un náufrago que encuentra una tabla en el mar. Más fácil así. Más llevadero. No hay que pensar demasiado. Solo etiquetar, compartir y esperar a que los demás te den la razón en los comentarios.
La verdad es otra. El amor, el dolor y el desencanto son asuntos que habitan en la condición humana, antiguos, sin respuestas definitivas y que nunca tendrán solución. Nadie te va a salvar con un diagnóstico exprés. TikTok no es un diván y el algoritmo no es Freud, aunque muchos lo crean. Lo que ocurre en las pantallas no es psicología, es entretenimiento. Lo peor: entretenimiento que se disfraza de iluminación.
Antes, uno se sentaba en un café con una| amiga y despotricaba contra su ex. Ahora, uno graba un video y espera que el eco del mundo le devuelva la respuesta: fue culpa del narcisista. Claro, porque aceptar las cagadas propias es demasiado trabajo emocional. Ahí se cierra el círculo. Si un número suficiente de gente lo repite, se convierte en verdad, en dogma. Ya no hay matices, ya no hay complejidad. Solo queda la certeza artificial de las redes. Pero ¿qué importa que no sea cierto si te hace sentir bien por un rato? Hacer ese trabajo da miedo. Es mejor agarrar un diagnóstico rápido y seguir con la vida.
El autoconocimiento, el de verdad, es otra cosa. Es incómodo. Es aterrador. Es un proceso de años, quizá de una vida, de ensayo y error; de derrotas y redenciones. No cabe en un video de 90 segundos con música relajante de fondo. No se obtiene con un scroll.
Si todo esto parece demasiado complicado, no hay problema. Siempre habrá otro video listo para confirmar lo que quieres escuchar. Porque la red no juzga, no cuestiona, no exige nada. Solo te da la razón, te apapacha y te deja igualito, sin moverte ni un centímetro de tu zona de confort. Así seguimos, convencidos de que nos conocemos cuando lo único que hacemos es reciclar los mismos discursos, etiquetar gente y acomodarnos en la narrativa de víctimas eternas. Todo bien, todo validado, todo listo para compartir con un “¡yo también pasé por eso!”. Mientras tanto, la vida real sigue su curso, sin subtítulos, sin musiquita zen y sin filtro de belleza que la haga, realmente, más llevadera. ¡Me hierve el buche!
