Política

Máquina de desaparecidos

  • Me hierve el buche
  • Máquina de desaparecidos
  • Teresa Vilis

Hace casi diez años trabajé en la fiscalía. Digo “trabajé”, pero en realidad fui testigo de un simulacro tan bien montado que hasta los protagonistas se lo creían. Me nombraron algo así como “Coordinadora de Búsqueda de Mujeres Desaparecidas en Jalisco” sin que nadie se preguntara si tenía la más mínima capacidad para coordinar nada. Pero no importaba. No había búsqueda. Bueno, sí, los primeros meses, mientras el tema seguía en la prensa. Luego, expedientes acumulándose en escritorios desordenados donde se atendía a decenas de personas. Meses más tarde, ya nada se movía, salvo las cifras, que crecían en medio de un silencio insoportable.

Recuerdo la oficina: improvisada, apresurada y tan frágil como una mentira a medio contar. Policías castigados por incompetentes, burócratas desplazados, agentes que se paseaban como fantasmas entre cubículos grises. Nadie buscaba a nadie, pero todos fingían hacerlo. Yo no fingí. Yo quería creer. Lo intenté con la ingenuidad de quien aún piensa que basta la voluntad de una persona para cambiar algo.

No me tomó mucho entender que no era así. Que una sola persona no puede contra un sistema diseñado para no moverse. Que la voluntad individual choca contra muros de indiferencia, negligencia y miedo. Que si no te sumas al engranaje, este te aplasta sin que nadie lo note. Y sí, ahí quedé, embarrada en el piso.

Los policías destinados a la búsqueda de mujeres eran menos que pocos: cuatro motorizados con chalecos rotos, motos carcacha y cascos resquebrajados. En la fiscalía, la falta de recursos no era un problema, era un pretexto. Salían, hacían acto de presencia, volvían con las manos vacías. Y cuando sabían exactamente dónde estaban las secuestradas, se quedaban afuera. Entrar significaba otro tipo de desaparición, una que no salía en los periódicos.

Hoy ni siquiera hace falta fingir. Encuentran fosas clandestinas y ranchos de exterminio cada día. Los jóvenes que buscan empleo caen en trampas que terminan en reclutamiento forzado o en su propia desaparición. La cacería es abierta, brutal, descarada. Todos lo sabemos. Todos hemos oído las historias, hemos leído los titulares. Jalisco ya no es solo un estado con desaparecidos. Jalisco es una máquina que los produce.

Al principio pensaba que lo que vi en la fiscalía era una anomalía. Ahora no estoy segura de que no siga siendo lo mismo. No sé si en realidad se busca, si alguien hace algo que no sea archivar casos, recitar cifras sin parpadear o grabar videos de las fosas para las redes. No sé si lo que hacen hoy es distinto a lo que vi hace diez años o si simplemente el simulacro es más eficiente en su inutilidad. Lo único que sé es que la impunidad dejó de ser un escándalo para convertirse en rutina. Nadie se sorprende. Nadie se indigna. Nadie se detiene a mirar el vacío que dejan los que ya no están. Los registros dicen que en 2016 desaparecieron 793 en Jalisco. Hoy son más de 15 mil. Lo increíble no es solo el número, sino que ya ni siquiera lo vemos. Se ha vuelto parte del paisaje, como el polvo en los escritorios de la fiscalía, como el sonido de las sillas al arrastrarse en una oficina donde nadie obtiene respuesta. ¡Me hierve el buche! 


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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