Política

Los adictos

  • Me hierve el buche
  • Los adictos
  • Teresa Vilis

En este mundo de extremos, donde los méritos se miden por la cantidad de horas que uno pasa sin quejarse del dolor o la frustración, hay quienes deciden no resistir. Son los que caminan por la cornisa con la certeza de que no habrá red que los sostenga. Se les llama adictos. Con la misma naturalidad con la que se le juzga a un perro callejero por no encontrar dueño.

La adicción es un modo de escapar del sitio equivocado, pero también es un modo de decir que este sitio equivocado existe. Que la vida es más dura que sencilla, aunque algunos lo disimulen mejor. Se espera que el ser humano soporte la existencia con sobriedad estoica, sin recurrir a paliativos que arruinen la función colectiva. Nada más hipócrita.

¿Quién decide qué anestesias son aceptables y cuáles condenan al destierro? Las peores adicciones no siempre vienen en polvo o en líquido, sino en recipientes de poder, dinero, control. O en las formas más sutiles: la adicción al trabajo, al yoga como única respuesta espiritual, al deber ser que genera insatisfacción constante. A los hombres, a las mujeres. Al refugio de las redes sociales que prometen aprobación instantánea, a la música que se usa para provocar alegría y no escuchar lo que duele. Sí, cada uno y sus manías. Cada uno y sus pastillas.

Hay algo bestialmente práctico en condenar al adicto callejero, al que pierde la dignidad en el parque, al que se refugia en cualquier paraíso químico que lo mantenga a flote. Se le atribuye una voluntad defectuosa, se le margina con la misma tranquilidad con la que se emiten juicios en los noticieros. “Son débiles”, se dice, “son irresponsables”. Palabras que se arrojan sin reparar en que la mayor parte del tiempo esos señaladores están adictos a otras cosas: al éxito, a la rutina asfixiante, al consumismo o al crédito que parece resolver todas las cosas.

Vivimos en un lugar que incita a la evasión. La realidad es un espectáculo incomprensible y sin manual de usuario. No todos logran mirar hacia otro lado. Hay quienes no encuentran en el mundo nada que los justifique y optan por la disolución. ¿Es eso un crimen? No lo creo.

El reclamo es a la impaciencia con la que se les trata. Como si sus intentos por no sucumbir a la desesperación fueran un insulto a quienes dicen vivir en paz. Aceptar que un adicto merece compasión es aceptar que este mundo es demasiado cruel como para ser vivido sin sedación.

Nadie quiere glorificar la adicción, pero tampoco es cuestión de convertirla en el chivo expiatorio de nuestras culpas. ¿Quién es más peligroso, el que se destroza a sí mismo o el que decide que un pobre diablo en una esquina no merece nada? De alguna manera, todos buscamos adormecimiento para poder continuar. Lo que hierve el buche es que la condena sea repartida conforme al tipo de analgésico que se escoge y al descontento que su uso puede provocar en la “santa” sociedad.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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