Apenas pasaron algunos días desde que le deseaba una larga vida al ex productor de Hollywood y violador convicto Harvey Weinstein, cuando nos pegó con todo la pandemia, y con ella el contagio de este hombre, quien de por sí, ya tenía serios problemas médicos internado en la prisión.
Le deseaba una larga vida para que los 23 años que se espera que pase tras las rejas, los usara para pensar en todo el daño que hizo. Para que la justicia tuviera sentido. Para que NO fuera un castigo breve tras varias décadas de constante abuso.
Por supuesto que desearle el mal a cualquiera, incluso a los monstruos, no solo es un terrible consejo, y se convierte en algo que nos daña a nosotros mismos. “Tú solo ganas si logras que yo odie”, canta Billy Joel en su canción, muy apropiadamente llamada “La gran muralla de China”, así que le haré caso a mi gurú musical y haré lo posible por reprimir los peores pensamientos y sentimientos que tenemos en estos tiempos.
Sin duda, nuestra energía emocional debe estar colocada en muchos otros lados.
No obstante, es más que destacable esta ironía, esta situación en la que, como dijo Madonna en Instagram desde la bañera, “nos encontramos ante el gran generador de igualdad”.
No es del todo cierto, este virus sí distingue cómo nos afecta por la edad, pero fuera de eso (y ciertas otras condiciones), todos estamos expuestos. No se puede esperar que algo malo llegue a su fin cambiándolo por algo peor. El odio es un virus que se propaga mucho más rápido que con el que estamos batallando. Pero aislado, enfermo y culpable, Harvey Weinstein es la prueba de que nadie es demasiado poderoso para no sufrir por las consecuencias de sus terribles actos.
Twitter: @susana.moscatel
