El cine y la televisión siguen teniendo un mecanismo más o menos similar a antes cuando de ceremonia de premios se refiere. Hay enormes campañas “for your consideration” pagadas por plataformas o estudios que apoyan las películas.
Lo más reciente tiene que ver con las campañas digitales que aparentan ser orgánicas (a veces lo son) diseñadas para promover el amor o el odio a algún nominado. Las disqueras no están viviendo la misma experiencia que lo audiovisual. Difícilmente desarrollan artistas propios, si no vienen ya con muchos seguidores y algún tipo de apoyo previo de algún productor poderoso, no hay ni de lejos el interés por asegurarse que se ganen un Grammy, si es que están firmados con alguien.
Donde estamos viendo las inversiones es en las plataformas digitales que juegan el rol que antes jugaba la radio. Ese sueño de estar en el Top Ten se traduce más en acabar, nuevamente de forma orgánica o pagada, en alguna playlist donde millones se toparan con tu música; de ahí el algoritmo hace el trabajo.
El problema es que si tú algoritmo es distinto al de los grandes éxitos actuales, como el mío que parece haberse curado en los años 80 y en el teatro, es difícil toparse con las grandes estrellas de hoy. Y así crece la brecha generacional.
Por eso he hecho mi tarea y me alegra descubrir a artistas como Chapel Roan, Sabrina Carpenter o Charlie XCX quienes, me queda claro, tienen fuertes y venturosas influencias de “mis tiempos” en el pop; competirán en los Grammy contra Beyonce, Kendrick Lamar y Taylor Swift. ¿Su público ve los Grammy? Lo dudo. Tal vez si los dos lados de la ecuación hacemos nuestra tarea, volveremos a compartir listas y gustos musicales que vayan más de nuestra edad y de donde sacamos nuestra música.
