¿Se acuerdan en el Superbowl el terror de la gente de Trump de que no se le fuera a ocurrir a Taylor Swift el pedirles que salieran a votar? Obvio, su peor pesadilla era que alguien con semejante influencia sobre el voto joven dijera que votaran por Joe Biden, pero con lo que sus fans ya saben de ella el mero llamado a votar haría una importante diferencia en estados que de verdad importan en su sistema electoral. Así que nadie debería estar sorprendido por la furia y las agresiones que le llegan a cualquier persona con cierto nivel de fama cuando invitan a la gente a no perderse la oportunidad de decidir el futuro de nuestro país.
Obviamente, según el personaje que invite a votar, sus inclinaciones políticas (las haya hecho evidentes o solo por apariencia) harán que las respuestas agresivas vengan del (percibido) otro lado. Y es horrible. Ni siquiera son argumentos contra una postura, son insultos contra una apariencia.
Descartando a los bots no humanos, que por supuesto operan, hay que decir que quienes auténticamente tienen una postura política que están dispuestos a compartir, por los motivos correctos que son creer en sus candidatas, candidatos y las propuestas, es un acto de valentía y admirable despreocupación del vitriol ajeno.
Admiro a esas cuantas personas, esté o no de acuerdo con ellas, por ser claras ante lo que consideran importante de decir a pesar de las consecuencias. Sin embargo, hemos visto demasiados casos que alimentan nuestro bien nutrido cinismo al respecto. Sobre todo cuando los mensajes son calcas unos de otros. Cuando alguien de pronto habla de una manera que nunca había hablado en sus redes sociales.
Tristemente, en estos tiempos de furia electoral pareciera que a muchos les da lo mismo el origen y la razón de esos mensajes. Y es que sí, la intención y sus consecuencias son más importantes que nunca, aunque más difíciles de distinguir. ¿No creen?