Netflix tiene dos tareas enormes a partir de que se hizo realidad la amenaza de tener que competir contra los grandes estudios del ayer en el mundo del streaming. El primero, como sabemos bien, es tratar de generar un catálogo propio de contenidos que sean indispensables para quienes van a decidir con quién
se quedan. La otra es seguir cerrando tratos para tener ciertos títulos que saben (que todos sabemos), pero que las métricas aseguran que no importa cuándo o cómo, la gente los va a querer ver. Era el caso de Friends, que volvió a casa (Warner o por ahora HBO Max) y ciertas películas. Una de ellas: Titanic.
Será el 1 de julio cuando esta película llegue a Netflix, y muchos están enloqueciendo de la indignación, acusando a la plataforma de colgarse de la tragedia del Titán para beneficiarse con la muerte de cinco personas, diciendo que no pueden entender cómo harían algo así, logrando que lo que pareciera que es una ofensa personal se vuelva TT. Solo hay un problema: ese contrato estaba firmado desde hace meses. Los derechos de ciertas películas y series están, cuando son así de importantes, siempre en rotación. Netflix, pues, ya tenía esto pactado y pagado.
¿Y no se pueden esperar? Supongo que sí, pero ¿para qué? Habrán pasado casi tres semanas desde la tragedia y la producción de memes, videos con todos los expertos del mundo hechos al vapor en YouTube están desbordados (por favor, si van a ver algo de eso que sea el gran reportaje de Alan Estrada). ¿La gente va a querer volver a ver Titanic con solo picar un botón porque nuestra alma está hecha de morbo? Sí. Es culpa de Netflix que seamos así y que coincidieron los tiempos. No. Cada uno le da clic a lo que alimente mejor a nuestros pequeños demonios.