Hoy me toca reflexionar sobre el mismo problema que vemos en todas las ceremonias de premios, esa queja de tantos sobre los contenidos o creaciones que suelen ganar, especialmente en el cine.
Esas cintas de “autor”. Aquellas que no fueron taquilleras, ni creadas con la única finalidad de ganar mucho dinero (al menos por sus directores y escritores). La eterna queja del desconecte de la crítica con lo que está viendo el público es más poderosa que nunca con el poder de las redes sociales.
Hay una diferencia a favor de los creativos y artistas: las compañías de streaming se están peleando por trabajar con ellos. Y sus películas no nacerán y morirán en su primer fin de semana. Sí, sigue siendo importante ir a verlas los primeros días que estén en el cine por varios motivos, pero el caso de cintas como Bardo, de Alejandro González Iñárritu, marca un antes y un después.
Ted Sarandos, Co CEO de Netflix, ha declarado que desea ser el “cuarto amigo” (Iñárritu, Cuarón y Del Toro). Y la concesión que hicieron con Bardo, darle varias semanas en el cine antes de ir a la plataforma, es enorme. Es una cinta hecha para verse en el cine, y difícilmente hubiese sido financiada como lo fue, dejando que su creador solo volara con su trabajo. Si bien Netflix sabe “la fórmula” de un blockbuster habitual, también está consciente de que hay un público inteligente que quiere decidir por sí mismo qué quiere ver, dónde y qué sentir al
respecto.
El círculo vicioso de siempre entregar las mismas historias debe ser roto. El ir más allá de un extraño acuerdo social que parecemos haber firmado sin darnos cuenta respecto a lo que gusta o no gusta, es de lo que trata el cine, al menos como creación artística. Ese público inteligente tiene derecho a decidir por sí mismo qué quiere ver y mientras más ideas esté expuesto más crecerá. Ya hacía falta darle su lugar a ese público.
Susana Moscatel
Twitter: @susana.moscatel