La primera vez que vi Borat, de Sacha Baron Cohen, en 2006, sufrí el mejor ataque de risa de mi vida con la forma en la que este comediante interpretaba a un ignorante antisemita de Kazajistán, quien va a Estados Unidos tras Pamela Anderson.
En el camino, hizo partícipes involuntarios de los horrores en los que creía el personaje, haciendo que personas enteras en un bar lo acompañaran cantando cosas horribles que dejaba más que claro que el odio y la discriminación estaba completamente normalizada.
Mucha gente no entendió su humor. El amigo con el que la vi me veía incrédulo. “¿De qué te ríes? Es un personaje horriblemente antisemita y tú eres judía”. Mi respuesta fue: “Sacha Barón Cohen también lo es. Borat es un vehículo de denuncia que además de todo hace reír. Ahí quien queda como idiota es el que odia”.
Desde entonces mil cosas han pasado con Baron Cohen, incluso ha realizado magistrales roles de carácter serio en el cine. Pero sabíamos que no era algo que se podía repetir fácilmente. Hasta ahora.
Pretendiendo ser un patrocinador de un evento de un grupo radical de derecha, acabó, en personaje, haciendo que muchas personas en el público cantaran sin pudor, “Inyecten a Obama y Hillary con Wuhan Flu” (covid, pues) por más de ocho minutos antes de huir en ambulancia.
Luego, hasta el lujo se dio de regresar disfrazado como reportero para preguntar: ¿Qué había pasado?.
La comedia puede ser la más potente arma de denuncia que hay, pero pocos como Baron Cohen para hacer que los que odian a todos los demás hagan ese trabajo por él.
Twitter:@susana.moscatel
