Si usted es de las personas que vieron el especial de Chris Rock, esperando ver su respuesta ante la cachetada de Will Smith el pasado Oscar, y se molestaron por los 12 minutos que le dedicó a atacar a la susceptibilidad de las nuevas generaciones y al tema woke, no están solos, pero si tienen mucha oposición.
Me explico: los comediantes están hartos, hasta la madre, de hecho, de que las nuevas generaciones les digan qué pueden y no decir en sus rutinas de stand up. Y tienen razón. En la mayoría de los casos la comedia que ofende lo hace porque no plantea el mismo paradigma que lo socialmente aceptable, y lo que no se han dado cuenta los que corren a cancelar a tantos es que no ven la extraordinaria brevedad del tiempo que ha importado su discurso sobre “espacios seguros” y “tú no puedes contar eso porque no eres tal o tal”. Y sí algo es certero es que las cosas cambian más rápido de lo que uno imagina.
No digo que no hay comediantes malos a los que debemos señalar, como aquellos que hacen mofa de feminicidios, por ejemplo.
Pero si un afroamericano de 58 años quiere mandar a la fregada a quien le dice de qué puede reír y que no, lo va a hacer sin que importe lo que opinen quienes podrían ser sus hijos.
Por eso la noticia de que el comediante –otro extraordinario y divertido–, llamado Joe Rogan, haya abierto un club de comedia “a to Cancel Culture” en Austin, Texas, muy importante.
Si bien Austin se autocelebra (con razón) ser raro, el show de Esperma no vacunado es una respuesta absoluta y contundente a esa censura que pretende ser liberal y progresiva y que en realidad solo es eso: censura.
Por variar, hay que voltear a ver a los grandes comediantes para saber para dónde se mueve el viento. Y prefiero mil veces ver esa disrupción en las risas, que utilizado por políticos de extrema derecha como herramienta para fomentar el odio y la fractura de la sociedad en bandos.
Susana MoscatelTwitter: @susana.moscatel