En un video que circuló en redes, policías obligan a jóvenes entre otras cosas, a besarse y tocarse el trasero mutuamente.
Amenazados, los muchachos hacen lo que se les indica. Los policías ríen.
Independientemente de las conductas delictivas con las que pudieran estar relacionados lo que parecen dos jóvenes detenidos, así como aquellas responsabilidades en las que los policías incurrieron, hay un daño evidente a la dignidad de quienes se volvieron víctimas.
Primero, su dignidad quedó mancillada hace cuatro años, en hechos que tuvieron como espectadores al menos a ocho personas uniformadas.
La difusión actual de ese video, vuelve a dañar a los jóvenes, ante millones de miradas, nacionales e internacionales.
El video fue divulgado por usuarios, probablemente los mismos compañeros de quienes aparecen el video, por las redes sociales y medios de comunicación sin proteger la identidad de los protagonistas.
¿Qué pensarán o sentirán hoy quienes ya no son tan jóvenes?
Los videos se volvieron factor clave en la historia moderna de las instituciones policiales, para sancionar conductas que sin ese registro audiovisual, se antojaría difícil.
Sin embargo, una cosa es documentar y otra la difusión masiva que satisface también el morbo ciudadano. ¿Cuál es la consecuencia para esos jóvenes de la difusión masiva del video donde fueron víctimas de un abuso?
Nuevamente, volvieron a ser víctimas, cuatro años después, luego de que familiares, amigos y hasta hijos vieron esos videos. Sin mencionar que seguirán vigentes en la red de manera indefinida sin que las propias víctimas puedan pararlo.
A los policías ya los corrieron, pero el daño no tiene vuelta atrás.
¿Cuál es la responsabilidad de quienes no protegieron la identidad de las víctimas?
No hemos hablado nunca de ese tema en este país. Y sospecho que los dos jóvenes no querrán reclamar la afectación a sus derechos humanos, que también desde la exhibición, se les provocó.
¿Cuál tendría que ser el papel de quienes difundieron ese material? Sin duda pedir justicia, pero es probable que el fin no justifique los medios.