Un joven entra a toda prisa a la sala de urgencias. Tiene una herida de bala. Su vida se le escapa entre las manos. No es un criminal. No es un soldado. Es apenas un muchacho que vive en un barrio donde las balas forman parte del paisaje.
El médico que lo recibe está preparado, tiene una mirada compasiva y una profunda vocación por la justicia social. Pero antes de actuar, se detiene. Quiere entender. Se pregunta por qué está ahí. ¿Fue la pobreza? ¿La violencia estructural? ¿El abandono escolar? ¿El entorno familiar? Piensa incluso en hacerle una entrevista o iniciar un estudio de caso. Pero mientras analiza las causas, el joven muere desangrado.
Esa imagen —tan dolorosa como real— es la que utiliza Thomas Abt en Bleeding Out para explicar cómo fallamos ante la violencia urbana. Fallamos cuando priorizamos el análisis sobre la acción, cuando seguimos discutiendo las raíces del problema mientras la gente sigue cayendo. Abt lo dice sin rodeos: la violencia urbana es una emergencia. Y ante una emergencia, lo primero es detener el sangrado.
Su propuesta no se basa en ideologías, sino en resultados. Propone una tercera vía entre la mano dura que violenta derechos y el abandono estatal que los deja a su suerte. Una vía basada en lo que funciona: salvar vidas hoy, intervenir donde se necesita, y hacerlo con justicia.
El enfoque tiene tres pilares simples y potentes:
Enfocar. Dirigir los esfuerzos a los lugares, personas y conductas que más contribuyen a la violencia. No se puede atacar todo al mismo tiempo. Se necesita precisión.
Equilibrar. Combinar prevención, intervención directa y consecuencias claras. No se trata solo de prevenir ni de castigar, sino de equilibrar la balanza.
Legitimar. Construir autoridad con respeto. La seguridad no es sostenible si no hay confianza en quien la ejerce.
Este enfoque comienza a reflejarse en el viraje reciente del gobierno federal que ya logra una disminución sustantiva de los homicidios. En los primeros 230 días de esta administración, se han detenido a más de 21 mil 400 personas por su probable participación en delitos y se han asegurado más de once mil armas de fuego en operativos conjuntos. No es solo contención: es investigación, mandamientos judiciales, inteligencia aplicada y coordinación efectiva.
Porque sí: antes de cualquier reforma estructural, lo urgente es parar el sangrado.
Y este debería ser el eje de toda política local en seguridad. Los gobiernos que lo comprendan —que entiendan que reducir homicidios y proteger vidas debe ser el primer paso, no el último— serán los que realmente marquen diferencia. No se trata de ganar debates, sino de que más jóvenes lleguen vivos a su casa.
Ya habrá tiempo para discutir las causas. Pero no mientras la sangre sigue corriendo.