Cuando empezó este gobierno dirigí de manera respetuosa una carta abierta al entonces gobernador electo Américo Villarreal en este mismo espacio.
Lo hice, señalando que llegaba como el gobernador más votado de la historia, recalcando que había un recuerdo colectivo positivo en torno a la figura de su padre y lo hice reconociendo que ante los retos, lejos de pensar en soluciones definitivas, estaba en nosotros la esperanza de que las cosas mejoraran.
En aquella carta, le pedí como ciudadano que desde el principio dejara claro que lo que se había ganado en las urnas no era un botín.
De aquella carta ha pasado más de un año y medio, y en el mismo tono escribo esta columna.
Cuando me preguntaban sobre qué podíamos esperar del actual gobierno en Tamaulipas, mi respuesta siempre fue para decir que esperaba, por sobre todas las cosas, un gobierno maduro.
Esperaba un gobierno maduro porque estaba llegando un hombre maduro, un doctor de enorme sentido social, un hijo de un ex gobernador que había visto los errores que los sucesores a su padre cometieron.
Esperaba un gobierno con dificultades por los recortes presupuestales y por la presión financiera que desde entonces se veía tendría el país ante el inevitable crecimiento de la deuda; pero nunca imaginé mucho de lo que hemos visto.
La reacción ante la protesta de los maestros; el anuncio de cobro en una carretera libre y en buenas condiciones; una inexplicable campaña permanente llamada Avanzada Tamaulipeca y la designación de familiares, son algunas de las acciones que están marcando este gobierno.
Y todas son contrarias a lo que se prometió y a lo que a la fecha se sigue diciendo.
Ayer el hijo del gobernador resultó ganador en una tómbola por una Senaduría Plurinominal por Morena. De concretarse esto, ni siquiera iría a una elección directa.
Es noticia nacional. Los ojos del país otra vez sobre Tamaulipas y otra vez con una carga más negativa que positiva.
Son menos de dos años, falta mucho para que acabe este gobierno y a nadie, salvo a los que se mantienen de decir lo que la familia en el poder quiere escuchar, le gustaría que el Estado continuara por este rumbo.
Si a un gobierno le va mal, le va mal a la gente. Ojalá se dé un giro en el timón de este barco que en dos años ya tiene mucha agua adentro.
Una vez acabando el sexenio, de nada sirven los análisis autocríticos y entonces sí estar abiertos a escuchar; háganlo ahora por el bien de todos.