Las mujeres que cambiaron el mundo vivieron en un tiempo en el que sus derechos no eran reconocidos. No se les permitía ingresar a las universidades, tampoco podían ejercer ni la medicina ni la abogacía. No podían escribir ni publicar algo con sus nombres. No podían votar y mucho menos ser consideradas para alguna candidatura. Siempre fueron ninguneadas y hasta obligadas a publicar bajo pseudónimo.
En 1836, Charlotte Brontë envió su obra de poemas a un poeta referente de la época. La británica, joven aún, esperó tres meses para leer la respuesta inaudita del poeta: “La literatura no puede ser asunto de la vida de una mujer, y no debería ser así”. La hostilidad del poeta no la desanimó y publicó su obra como Currer Bell, descantando Jane Eyre. Otra de las hermanas Brontë, Emily Brontë, publicó en 1843 “Cumbres borrascosas”. Debido a la complejidad de la obra, el tiempo le ha hecho justicia para ser considerada como una de las grandes de la literatura universal. También publicó bajo pseudónimo como Ellis Bell.
La famosa autora de Mujercitas, Louisa May Alcott, publicó bajo el pseudónimo A. M. Barnard al tener miedo de no ser considerada si lo hacía con su nombre de pila.
Pero sin duda, la historia de Frankestein, atribuida originalmente a Percy Shelley, es la evidencia más rotunda que las mujeres eran consideradas de menor talento literario que el hombre. En mayo de 2016, mientras Mary Shelley paseaba con Lord Byron, John Polidori y el poeta Percy Shelley, decidieron hacer una competencia para ver quién escribía la historia más terrorífica jamás contada. Fue ella quien se inspiró en un sueño de la noche anterior para crear el Frankestein y saltar a la fama de la literatura universal.
Habría que referir, también, a George Eliot que era en realidad Mary Ann Evans; a George Sand que era la francesa Amantine Dupin. La mismísima autora de la saga de Harry Potter ocultó su nombre -Joanne- a sugerencia de la editorial. Así, conocimos JK Rowling sin identificar el género en el nombre.
Lo masculino en la literatura sigue siendo ese techo de cristal que aún no ha sido destruido. “En 2015, la escritora estadounidense Catherine Nichols hizo el experimento de enviar un manuscrito suyo a agentes literarios bajo un seudónimo masculino y se sorprendió con el número de respuestas positivas que obtuvo: 17 de 50. Cuando envió el mismo material usando su nombre, recibió 2 respuestas positivas en 50 intentos”.
Este 8 de marzo, en el marco del Día Internacional de la Mujer, es necesario seguir visibilizando esos aspectos de la vida en donde la mujer continúa siendo ninguneada. Y la literatura no es la excepción.
Sara S. Pozos Bravo