Mañana, los miles y miles de creyentes de la Iglesia La Luz del Mundo, estarán reunidos para agradecer a Dios por cincuenta y cinco años de vida del apóstol de Jesucristo, Naasón Joaquín García. Lo celebrarán como siempre: en oración, adorando a Dios y reconociéndole como el Creador de todas las cosas.
Las felicitaciones, los saludos, los detalles para celebrar este aniversario de vida se extienden de norte a sur y de oriente a poniente en los miles de iglesias locales, en zonas urbanas o rurales, en las grandes capitales de las ciudades más importantes como en aquellas localidades casi desconocidas. Ahí en donde se congregan unos pocos o en donde hay miles de creyentes, ahí en los impresionantes monumentos a la fe o en los inmuebles modestos y pequeños, ahí donde hay un creyente de La Luz del Mundo, ahí están unidos en oración mediante la fe.
Y mediante la oración llega el consuelo para los fieles y para el apóstol de Jesucristo, porque las circunstancias y tiempos de adversidad que pasa la Iglesia La Luz del Mundo trajeron el odio y la discriminación y, como consecuencia, también trajeron el dolor y el llanto, casi de manera permanente. Pero ese dolor en este tiempo de adversidad provocó también otra cosa: la unidad indestructible que Dios ha dado a los fieles con el apóstol y viceversa.
Saberse uno ha fortalecido e incrementado la fe, esa fe que es inquebrantable, que se materializa en la construcción de templos, en los miles y miles de bautismos que tienen a lo largo y ancho de los más de 60 países en donde tiene presencia la Iglesia, en los cientos de actividades culturales y sociales y, principalmente, en la vida de los creyentes que soportan -como lo hace el apóstol- las injusticias, mentiras y calumnias en su contra. Saberse perseguidos, discriminados y odiados los ha llevado a ensanchar sus razones para esperar aún más la respuesta a su petición, basada en el conocimiento -y en la fe, por supuesto- que existe. Tanto los creyentes como el apóstol Naasón se conocen de toda la vida y la vida de él ha sido pública desde su nacimiento. El conocerse de esta forma les ha dado la tranquilidad para esperar el momento en que se vindique el nombre del apóstol, sabedores de su inocencia.
Y mientras llega ese día, los fieles esperan -parafraseando a Sabines- como los amorosos lo hacen: esperan en silencio, buscan en oración, no abandonan nunca, aunque aparentemente andan solos, solos, solos, se entregan cada día porque el amor a Dios es el que los ha salvado.
