Tener de fondo el televisor con un noticiero árabe me catapultó a un pasado que hacía mucho no hurgaba. Hacía años que no volvía a pisar el golfo Pérsico y cada vez que lo había hecho estaba relacionado con conflictos armados o convulsiones sociales que movilizaban medio planeta.
Hoy, con una postal envidiable de Doha desde la ventana de mi hotel, la capital qatarí me inyecta de aquellos aromas, sonidos y arquitectura que siempre me enamoraron, pero al mismo tiempo relaciono con nuestro Nuevo León convulsionado.
Comparativa que en otros viajes las definía por niveles de violencia y una fragmentación social que estigmatiza esta parte del mundo, y sobre la cual nosotros siempre nos hacemos los tontos. O sea, llevamos años señalando al terrorismo y sus guerras, pero evitamos mirar el problema que desangra a México y cuyo tabú también se define por la palabra terror.
Sabido que los índices rojos sobrepasan cualquier sondeo pesimista que pudiéramos haber hecho desde el desembarco de AMLO, lo que me queda claro que las organizaciones criminales se han especializado en causar, difundir y construir el terror como su método propagandístico favorito.
O si no, dime por qué cortan a una persona y meten su cuerpo despedazado en una hielera. O colgar, quemar gente y explotar carros; metodologías que apuntan directamente a un estilo muy específico, pero cuya estereotipación nos causa tanto estupor que nos autoengañamos, creyéndonos algo que no somos.
O peor, porque desinformamos relacionando todo lo que sea terrorismo con Estados Unidos y su agenda de política exterior sin entender que México pudiera definir por sí solo su camino a seguir. ¡Alah, Akbar! Suena el hipnótico llamado al rezo por toda la ciudad y me es imposible no relacionarlo con los problemas históricos de esta región. Misma duda que vuelve a depositar mi mente en México con una coincidencia entre deidades e intereses políticos que nos tienen en la misma encrucijada que nos empecinamos en satanizar en esta parte del mundo.
Twitter: @santiago4kd