Todavía no salgo de mi asombro respecto de la cantidad de minutos periodísticos que se le ha dedicado a describir el interior del penal del Topo Chico. Hoy, ya clausurado, sigue recibiendo recorridos donde se asombran por las pinturas folclóricas, las estatuas a la Santa Muerte o los lujos de algunas celdas.
¿En serio nos perturbará algo que estuvo frente a nosotros casi 80 años y nos hicimos los tontos? Vergüenza debiera darnos describir sorprendidos lo que estamos viendo cuando tuvimos la oportunidad de investigar, y ser muy detallistas sobre la violencia que permeaba los barrotes desde hace décadas y nunca lo hicimos.
¿De qué nos asustamos ahora? Nos golpeamos el pecho y persignamos por una radiografía del Topo Chico que siempre fue igual. Primero dominada por mafias y luego por el cártel de Los Zetas y sus ramificaciones desde hace 15 años. Allí se infringieron todas las normas existentes y la mayoría del personal carcelario se corrompió o renunció a sus obligaciones.
Tan insólito es el teatro político montado que hasta enviaron grupos de búsqueda para localizar fosas clandestinas en una cárcel donde los delincuentes tenían muchas más libertades que las imaginadas. Hay muchas formas de desaparecer un cuerpo y la más obvia y complicada es enterrarla. No seamos inocentes, por favor.
Recomiendo que si (realmente) quieren mejorar las cosas debieran apuntar hacia las cárceles de Apodaca y Cadereyta, y demostrar el interés que recién ahora, y porque está vacío, exponen hacia el Topo Chico.
Pero no ocurrirá porque los penales representan uno de los puntos más vulnerables de la administración estatal y mantenerlos tranquilos será clave rumbo al periodo electoral que se avecina. Un lindo sueño, pero también representativo de la falacia eterna que representa creer que pueden controlar o negociar con grupos delincuenciales que en 10 minutos te darán la espalda y pondrán la gubernatura de cabeza.
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