Aquí vamos de nuevo; otra vez, ayúdame a escribir la lista que cada año reciclamos como si quisiéramos deslindarnos de nuestra responsabilidad durante los días posteriores a una gran tormenta.
Y podemos llamarla Hanna o como quieras porque este eterno retorno es tan cíclico que marea. ¿Empezamos? Autos arrastrados por la corriente, casas mutiladas, basura donde sea, asombro por tanta agua, rescates, colonias sin luz, socavones, héroes, deslaves, accidentes viales, personas desaparecidas, políticos en pantalla, incertidumbre y muchos otros etcéteras que te los dejaré a ti.
¿Sabes qué tienen en común todos? Nuestra ausencia de culpabilidad para entender que somos los protagonistas de un caos urbano cuyo disparador meteorológico se reduce a que es “mucha agua buscando su cauce”. Y no lo pongamos más complicado porque no lo es. Aumentan los problemas porque no hay cañadas libres, ni lechos secos que no hayan sido bloqueados para construir colonias, edificios o plazas comerciales. Certeza que podemos encontrar en cada video que se ha hecho viral porque el asombro es proporcional a lo habitadas que son las zonas donde ocurren los incidentes.
Antes, ¿recuerdas cómo era? Los más damnificados eran los posesionarios que estaban sobre los cerros o cercanías al Obispo, Topo o río Santa Catarina porque habían violado las franjas de seguridad estipuladas por los municipios.
¿Hace falta que te describa lo que pasa hoy? Tú y todos lo vemos. Pero a diferencia de aquellos cientos de posesionarios que siempre han sido vistos con desdén; ahora son miles de familias de clase media y alta que formamos parte de una dinámica urbanística que ha canibalizado al área metropolitana y sus periferias.
Moraleja: Ni el covid ni la tormenta son tan graves. Los peligrosos somos nosotros, debido a una actitud autodestructiva que ha sido la constante desde siempre. Pero como en todo, recién nos asombramos o asustamos cuando la tragedia toca a nuestra puerta.
