La industria deportiva está incómoda porque tiene encima a la tormenta perfecta. Primero, porque la incertidumbre que generó el covid-19 está muy cabrona; sea futbol, beisbol o básquet, no hay muchas diferencias sobre la nube de escepticismo económico que rodea al aficionado y a los equipos.
Si identificamos los factores que cimientan la ecuación de un negocio deportivo exitoso, veremos que el eslabón comercial está muy debilitado, aunque quisiéramos ligarlo a un hipotético campeonato ganado. Estrategia predecible donde se argumenta que ganando se llenarán los estadios y la afición consumirá los productos pero que, actualmente, no aplicaría…
¿El covid-19 no es la peor amenaza? Volvamos a la tormenta perfecta que se va formando y sumémosle la renegociación de los derechos televisivos que ahorcará a la mayoría de equipos mexicanos. Contexto de fusiones globales que empujará a Fox Sports, Disney, ESPN y Televisa a tomar decisiones claves para reorganizarse según las leyes nacionales y que le quitará a los clubes una gran porción de sus ingresos anuales.
Ahora, combinemos estas dos realidades (covid /derechos de TV) y sumémosle que los clubes mexicanos decidieron durante la última década que la afición pase a segundo término y se desconectaron de manera emocional, enfocándose mayoritariamente en estrategias de marketing mediático.
Por eso hoy, esta tormenta monstruosa encuentra a las directivas semidesnudas y atadas al palo vigía como el “teniente Dan” junto con su entrañable amigo Forrest en aquel barco camaronero. O vuelve la gente al estadio o estarán muertos a nivel financiero. ¿Qué debieran hacer? Fortalecer aquello que subestimaron durante años; el corazón del aficionado late por los colores, pero deberán resucitarlo manualmente. La gente tendrá muchas carencias, pero los estadios se llenarán si se logra el vínculo emocional que tanto se pide a gritos. ¿Cómo lograrlo? La próxima les digo.
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