Hace casi dos semanas, cuando apenas cascabeleaba el Covid-19 en México, mis dudas se relacionaban con los síntomas y tratamientos que pudiéramos requerir si nos enfermábamos.
Hasta ese día, la marea informativa inundaba nuestras charlas sobre medidas de prevención y nos pedían atrincherarnos ante el virus que ya había aterrizado en el país mientras preguntas bastante simples se amontonaban sin encontrar respuestas oficiales.
¿Y si me enfermo? ¿Voy a morirme? ¿Qué chances tengo y cuan complejo es el tratamiento? Interrogantes que quedaron relegadas porque nos preocupamos mucho más del golpeteo político, la psicosis y encumbrar la pandemia que de orientarnos hacia inquietudes más normales.
A su vez, los medios nos adentramos en la niebla del Covid-19 como aquella tripulación que confiando en su capitán experto cree que todo lo puede. Pero ya a la deriva y con la brújula enloquecida preferimos irnos a la fácil y hablarte de muerte y miedo antes que apuntar la proa hacia información complementaria menos roja y más esperanzadora.
Ojo, no me refiero a que debamos ocultar la gravedad. Todo debe informarse y tenemos que conocer lo que ocurre a nuestro alrededor. Pero ¿Por qué omitir la otra parte? Ojalá los medios tomemos también conciencia sobre nuestro rol social y orientemos el barco hacia ese rayo de sol que se ve a lo lejos. Sin mentir, sin exagerar. Solo lo que es. ¿Cómo se curaron los que estaban enfermos? ¿Cómo fueron sus días en cuarentena o internados? ¿Cómo lo afrontó la familia?
Preguntas que bajan a ras de piso a un virus que se elevó a niveles bíblicos porque el miedo se alimenta de la ignorancia. ¿Quedarse en casa es lo correcto? Bien, compro la idea, pero
también sean sinceros con los millones que seguiremos yendo a trabajar para pagar la despensa y necesitamos saber cómo enfrentar y sobrevivir al Covid-19 cuando se nos meta en el cuerpo.
Twitter: @santiago4kd