Política

Mi piel ceniza, la que no cuenta

A partir de la muerte de mi abuelo por Covid-19, hace casi dos meses, decidí pasar algunos días del mes en la ciudad donde nací, al menos hasta que esta pandemia se aminore. Tenía casi 13 años sin estar más de 48 o 72 horas consecutivas aquí, a excepción de alguna Navidad.

Hay que reconocer que de alguna manera "volver al barrio es siempre una huida", como dice Mario Benedetti, y que ello lleva el reconocimiento de calles que pensábamos olvidadas, de paisajes que rememoran cosas, y de una especie de readaptación.

Hermosillo no es tierra fácil: se deben sortear varios meses del año las temperaturas de más de 40 grados centígrados, pocas facilidades para los peatones, una sensación de aislamiento del mundo, y no muchas oportunidades de desarrollo. Y reconozco que es la capital de uno de los estados que, aún con varios inconvenientes, aporta uno de los PIB más altos del país. Es gente que trabaja y trabaja bien, pues.

En este viaje por el re-reconocimiento de sus escenarios me llamó la atención un elemento que no existía antes: la proliferación casi explosiva de indigentes apostados por toda la ciudad, como si hubieran estado en alguna caja escondida, que de pronto se rompió en movimiento y los fue regando por varias calles.

Cada madrugada que salgo a correr, desde varios puntos en los que me he domiciliado en estos dos meses, he contado los cuerpos que veo tirados por las banquetas, plazas, parques. Cenizos, con la piel quemada, el pelo áspero y la expresión marchita, los sin casa están en cada rincón de esta ciudad norteña como nunca antes me tocó ver.

"Son los mismos", me contestó el área de comunicación social del municipio, que justificó con una nota enviada a esta periodista diciendo que periódicamente se les asiste con comida y algún techo. Lo cierto es que durante estos meses de pandemia el problema de indigencia se volvió un problema local, regional, mundial: no hay ciudad que se escape del efecto multiplicador que está generando la falta de empleo, de inversión y de circulante en los estratos más desfavorecidos.

En una caminata a las 6 de la mañana me frené en una plaza frente a la Universidad de Sonora –punto obligado de turistas por sus extraordinarios hot dog, conocidos aquí como “dogos”- a preguntarle a dos personas, un hombre y una mujer, que dormían en el pasto el por qué estaban ahí. "Antes había trabajo y entre varios rentábamos un cuarto en el centro, pero ya no y nos vinimos aquí", me contestó el varón. ¿De dónde vienen? "Yo del estado de México, queriendo ir a Estados Unidos, y ella de Chiapas", me dijo, mientras apretaba un bolso de tela beige donde aparentemente guardaba sus pertenencias.

Esto es Hermosillo ahora, una ciudad que pude ser cualquier otra como en Londres, donde el problema se ha duplicado.

O como la Ciudad de México, donde desde que inició la "cuarentena", filas y filas de sin hogar se forman sobre el camellón del bulevar Álvaro Obregón, en la colonia Roma Norte, todos los días para recoger un "lunch" diario que le regala una organización civil.

O como en Nueva York, donde el gobierno local decidió invertir en rentar hoteles enteros para guarecerlos durante la contingencia aún cuando estos edificios se encuentren en barrios de alta plusvalía, como el Upper West Side de Manhattan, con tal de mantenerlos en condiciones humanas dignas y con distanciamiento de otros "homeless".

No es Hermosillo, ni la alcaldesa de esta ciudad Célida López; ni la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum; ni el alcalde de la Gran Manzana, Nill de Blasio, los únicos con problemas en el mapa. Es el mundo entero el que está registrando un aumento de personas sin hogar debido a la falta de empleo que no es más que la consecuencia de la cascada muerta que antes era la generación de trabajo y sueldos desde las élites empresariales.

El estudio más reciente de la casa encuestadora Enkoll señala que 42% de los mexicanos entrevistados ha perdido el trabajo o alguien de su hogar. Mientras que el 41% le tiene más miedo a quedarse pobre que enfermar de Covid.

El problema no es de aquí o de allá. El tema es cómo lo enfrenta cada gobierno desde las dos vertientes: la solución inmediata; atención a los que están sufriendo los estragos más crudos como no tener dónde dormir. Y la solución a largo plazo: que es despresurizar a los empresarios que son los que generan el trabajo a los que a su vez contratan a otros, desde quien les ayuda en sus negocios hasta el que les limpia la banqueta. Es un efecto dominó.

“La pandemia nos trajo dolor, tristeza, y nos afectó en lo económico y estamos levantando la economía popular. Estamos aplicando un nuevo modelo, no es como antes que se rescataba a los grandes empresarios, ahora se rescata al pueblo", lanzó en un video esta semana el presidente Andrés Manuel López Obrador. Como si no tuviera lógica la ecuación de que los generadores de empleos son las pequeñas, medianas y grandes empresas en el país. Que de ahí corre el flujo para la contratación de servicios que realizan los que están.

El Banco mundial señala que al menos 75 países han otorgado apoyos directos para mantener el mayor número de puestos de trabajo posibles en esta crisis; México no está entre ellos. Pero parece que funciona el discurso populista "no apoyaremos a los empresarios", como igual funciona el olvidar a los indigentes, que no votan. Porque es así: los indigentes no votan.

Eso lo sabe la pareja que duerme cada noche en la plaza Emiliana de Zubeldía en Hermosillo y despierta bajo los rayos de sol. Eso lo saben los que pernoctan en el canal contiguo al espacio deportivo “La Milla” de la Universidad de Sonora, donde acampan como un presagio de algo que podría convertirse en el Bordo de Tijuana.

Eso lo saben los cuerpos cenizos, calientes, adoloridos, con los que nos topamos al salir a correr e intentar hacer la vida cotidiana. Los que seguirán apretando en un bolso de manta beige sus pertenencias que durmieron en el suelo. Y, si no lo saben, lo sospechan.


Periodista de investigación. Coautora de Narco CDMX; y Los 12 Mexicanos más pobres.

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Sandra Romandía
  • Sandra Romandía
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